Estos son los sentimientos que a la mayoría de la gente nos han provocado las imágenes que hemos visto en los últimos días en los medios de comunicación.
Primero, lo que se ha dado en llamar el “conflicto palestino-israelí”, cuando en realidad no se trata de una guerra ni de un conflicto, sino de una campaña continuada, que se repite en el tiempo con más o menos virulencia y diferentes pretextos, de ocupación ilegal, limpieza étnica y exterminio de todo un pueblo por parte de Israel, ese estado terrorista respaldado por EEUU.
Todo empezó con un escuadrón de policías israelíes entrando en la mezquita de Al-Aqsa de Jerusalén el primer día del mes de Ramadán, sagrado para los musulmanes. Echaron a los asistentes palestinos y luego cortaron los cables de los altavoces que transmiten las oraciones a los fieles desde cuatro minaretes. Los disturbios estallaron, también porque seis familias palestinas iban a ser deshauciadas y porque más adelante la policía cerró una popular plaza frente a la puerta de Damasco, una de las principales entradas a la ciudad vieja de Jerusalén, donde los jóvenes palestinos se reúnen por la noche durante esta celebración. Mientras, han continuado las ocupaciones ilegales de casas y territorios palestinos por colonos israelíes, protegidos siempre por policías armados hasta los dientes.
Hubo más redadas policiales en la mezquita de Al-Aqsa con cientos de heridos, en particular la del último viernes del Ramadán, una de las noches más sagradas de esta festividad religiosa.
Ante estas provocaciones, comenzó el lanzamiento de misiles desde Gaza contra Israel, armas que podemos calificar de insignificantes -David contra Goliath- frente a los bombardeos masivos con sofisticado material de guerra que empezaron poco después durante más de una semana, a lo que se añaden 10 días de bloqueo total, que ha colapsado las infraestructuras sanitarias en la franja gazatí y ha aumentado el riesgo de epidemias e infecciones en plena situación de pandemia por el Covid.
La situación fue terrorífica, impidiendo el sueño y “como si un terremoto golpeara el área”, según uno de los testigos presenciales. Familias enteras fueron masacradas, y podíamos ver imágenes desgarradoras de los supervivientes buscando entre los escombros a sus seres queridos e intentando rescatar algo de sus enseres domésticos. No es de extrañar, según la ONG MSF, que hayan aumentado entre los jóvenes palestinos los trastornos de estrés post-traumático, las depresiones, la ansiedad y la tasa de suicidios.
El objetivo, en teoría, eran instalaciones, comandos, túneles, lanzaderas, casas y edificios vinculados a Hamás -considerado grupo terrorista por EEUU- y la Yihad islámica. Pero claro, siempre puede haber “daños colaterales”, y efectivamente, 248 civiles, entre ellos mujeres, niños y ancianos, han sido víctimas de los bombardeos, mientras que hubo sólo 13 muertos del lado israelí. Incluso fue atacada entre otras una clínica de Médicos sin Fronteras.
“Israel tiene derecho a defenderse”, proclaman una y otra vez sus mandatarios con un cinismo increíble, mientras la Unión Europea mira para otro lado y el gobierno estadounidense envía a un “mediador” que en realidad media muy poco. Ahora el presidente norteamericano, tras la massacre, ha anunciado el envío de “ayuda humanitaria”
¿Y qué decir de las imágenes verdaderamente escalofriantes que nos ha regalado Marruecos enviando a miles de sus ciudadanos, hombres, mujeres y niños de hasta seis años a la frontera de Ceuta -se ha hablado de “pequeña marcha verde”-, como moneda de cambio para presionar a España y a la UE en su pretensión de apropiarse del territorio del Sahara Occidental?
Es sabido que Naciones Unidas recomendó hace tiempo un referéndum de autodeterminación, pero desde que Trump reconoció a Mohamed VI su derecho sobre esas tierras, el rey del país vecino, ahora también cercano a Israel, se ha envalentonado e intenta que la administración Biden también lo respalde. Lo del líder saharaui, Brahim Gali, hospitalizado por Covid en una clínica de Logroño es otro pretexto más.
El hijo de Hassan II es uno de los hombres más ricos del mundo, propietario de las mayores empresas del país, jefe del ejército, jefe del gobierno, jefe de casi todo en una monarquía corrupta y autoritaria, mientras sus vasallos -que no conciudadanos- se mueren de hambre y no dudan en atravesar a nado jugándose la vida la zona costera que va desde Castillejos y otras ciudades cercanas hasta Ceuta, el paraíso soñado, que a menudo resulta luego ser un infierno.
Preguntadas in situ algunas de estas personas si, ante las previsibles malas condiciones de acogida en un país que en pocos días ha recibido más de 10.000 migrantes, no volverían al suyo, contestaron que antes de volver a él preferían morir aquí. La situación económica en el país vecino se ha visto agravada durante la pandemia por el cierre de fronteras con Ceuta, con lo que las llamadas “porteadoras” (unas 9000) no podían introducir su mercancía ni podían pasar los que hacen diferentes trabajos en Ceuta (unos 5000). El turismo ha caído en picado. Es cierto que la tasa de paro en Marruecos no es tan alta como en España, pero los salarios son de miseria, mucho más bajos que en España, y no tienen derechos de ningún tipo. Pura desesperación.
Desesperación también de algunos padres que buscaban a sus hijos, escapados de casa sin su permiso, o del nadador interceptado por la Guardia Civil gritando que por favor no lo devolvieran a Marruecos. Y en efecto, la inmensa mayoría han sido devueltos en caliente, procedimiento de hecho ilegal, mientras que sólo unos 200 menores se han quedado y esperan ser repartidos por todo el territorio nacional:13 corresponden a Andalucía, y ya algún partido de extrema derecha ha amenazado con romper la coalición política de la que forman parte en el gobierno andaluz, en un ejercicio de absoluta falta de humanidad.
De eso se trata: de deshumanizar a seres humanos, cuando se habla de “invasión”, “avalancha”, oleada”, “asalto” “Menas”, “peligro para nuestra integridad territorial”-expresión de la que por cierto se ha apropiado el propio presidente Sánchez- y que está calando en el inconsciente colectivo de los españoles.
Las imágenes de estos menores ateridos de frío, casi sin poder caminar, sin comida, agua ni techo deambulando por las calles de Ceuta nos degrada como sociedad. Y degrada por supuesto al rey y a las autoridades de Marruecos, “el gendarme de Europa”, que recibe 15.000 millones de euros al año de la UE para el control de la emigración. Menos mal que todavía hay personas de bien que nos salvan, como Luna, la voluntaria de Cruz Roja, que por haber abrazado a un subsahariano que lloraba desconsoladamente ha sido amenazada, vejada, insultada. O la de ese Guardia Civil que no dudó en arrojarse al agua para salvar a un bebé de pocos meses que, a la espalda de su madre como una mochila, estaba a punto de morirse de frío. Han dicho que era un fotomontaje. ¿De verdad?
La maquinaria de los bulos y las mentiras criminalizando a las personas migrantes ya se ha puesto en marcha y de una forma descarada. Hay que desenmascararlos, hay que arrojarles a la cara su mezquindad, su hipocresía, su falta de solidaridad o de caridad, si queremos emplear su lenguaje. Puede que hasta vayan a misa, pero se han olvidado del Evangelio, de las obras de misericordia, de la piedad. Es sólo fachada, egoísmo y odio lo que tienen en sus corazones.
¿Y qué ha pasado con Colombia, con sus manifestaciones y sus muertos que pedían una mayor justicia social? Ha desaparecido de los telediarios, ya no hay tiempo para informar sobre ellos. Otro gallo nos cantaría si se tratara de Venezuela.
Comentarios