El acuerdo de Assange salpica a todo el periodismo

El tratamiento y publicación de información clasificada de distintos estamentos de la administración estadounidense tiene desde ahora una sentencia condenatoria aceptada por el presidente de WikiLeaks

Julian Assange, en el avión que lo traslada a las Islas Marianas.

Más de doce años después, Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, ha llegado a un acuerdo con Estados Unidos y queda en libertad. No se puede poner ningún pero a alguien que ha hecho un sacrificio personal tan grande –siete años recluido en la embajada de Ecuador en Londres para evitar su deportación a Estados Unidos (o Suecia) y otros cinco encarcelado en el Reino Unido– dedicado, como él mismo se ha definido, "a la lucha contra los desmanes del poder por parte de Occidente y una defensa radical de los derechos humanos", aunque es cierto que sus métodos no fuesen los más ortodoxos y sus planteamientos no fueran siempre totalmente coherentes.

Assange ha partido de Londres con destino a su país natal, Australia, y en los próximos días aceptará un único cargo de la justicia de Estados Unidos –lo hará en las Islas Marianas, de soberanía estadounidense, muy próximas a su propio país–, cargo por el que será condenado a una pena que se da por cumplida con el tiempo que ha pasado en las prisiones británicas.

El problema es que Assange se declara culpable de violar la Ley de Espionaje norteamericana, lo acepta y es condenado, cuando desde un primer momento de este larguísimo pleito el equipo jurídico de Assange ha mantenido que está siendo procesado por participar en la práctica periodística ordinaria de obtener información clasificada, información que es a la vez verdadera y de evidente interés público. Por hacer periodismo, vaya.

La cuestión radica en el adjetivo 'clasificada' que acompaña a 'información', cuando ese no debe ser un problema del periodista, sino de las autoridades que la custodian; el periodista –con su ética– debe centrarse en los otros dos criterios, veracidad e interés público, bajo los que se han publicado millones de documentos, entre otros temas, de las guerras de Afganistán, Iraq o de la base de Guantánamo, muchos de ellos, en efecto, con la clasificación de secreto.

Veremos qué hace Julian Assange, que seguramente pase a un segundo plano; en cuanto a la administración de Joe Biden, es evidente que se quita un problema de encima. En lo que se refiere al periodismo, pues mucha atención a partir de ahora con las informaciones a partir de documentos secretos: hay una condena, aceptada y cumplida.