La guerra en Oriente Medio está a punto de cumplir un año, lo hará el día 7 de octubre, un año ya de la incursión de Hamás en Israel que causó cientos de víctimas civiles en distintos puntos del país en una serie de ataques que cogió totalmente de improviso al ejército y a los servicios de inteligencia israelíes. Durante este año, Israel ha machacado la franja de Gaza, feudo de Hamás, causando más de 40.000 muertos, la mayoría también civiles, lo que ha motivado fundadas acusaciones de genocidio y crímenes de guerra contra las autoridades israelíes.
El conflicto, un año después, lejos de entrar en una fase de reconducción, sigue en permanente escalada. El poderoso Mossad atentó de manera selectiva contra buena parte de los dirigentes de Hezbolá, la milicia chií del Líbano, y esta semana el ejército israelí ha comenzado el bombardeo de distintas posiciones en dicho país, alcanzando incluso a la capital, Beirut. Estos bombardeos han motivado que Irán haya lanzado cientos de misiles contra Israel, que a su vez anuncia que dichos ataques y otros de carácter terrorista que se han sucedido en su territorio no quedarán sin respuesta. También ha habido distintos ataques israelíes a la otra zona palestina, Cisjordania.
Este es el resumen de una espiral de odio a la que no se ve fin y que ahora puede derivar en un conflicto armado abierto entre Israel e Irán, con Estados Unidos, aliado tradicional de Israel y siempre tibio en condenar sus excesos, colocándose ya abiertamente de su parte contra un enemigo común, aunque por ahora sin actividad militar.
Tanto la ONU como la Unión Europea (UE) han denunciado los excesos del gabinete que preside Bejamin Netanyahu, sin que sus esfuerzos hayan servido de nada. Tampoco los de países próximos a la zona, caso de Catar, que como mucho han conseguido algún canje de rehenes o de prisioneros, muy lejos del ansiado alto el fuego.
Israel, Palestina, Líbano, Irán e incluso milicias de Irak, Siria y Yemen podrían entrar en una guerra abierta de consecuencias totalmente imprevisibles.