La Cartuja de Jerez: monumental (y ahora) turística

Visitas, pernoctaciones, eventos... la Diócesis de Asidonia-Jerez va fuerte en la 'puesta en valor' del monasterio, en la que habrá que actuar con todo el cuidado que merece y necesita un edificio de su entidad

Presentación de las hermanas Carmelitas en la Cartuja.

La Cartuja de Jerez comienza el proceso de 'puesta en valor' al que la va a someter la Diócesis de Asidonia-Jerez, abriendo un nuevo ciclo para el monumento tras la marcha de las Hermanas de Belén y la llegada de las Hermanas Carmelitas Mensajeras del Espíritu Santo. Visitas guiadas (determinados días), estancias (bajo determinadas condiciones) e incluso la celebración de distintos eventos –se cita expresamente la posibilidad de acoger bodas– forman parte de los nuevos usos aparejados a la apertura del edificio... en todos los sentidos, ya que, aunque se le pueden poner todos los adjetivos y considerandos que se quiera, va a ser explotado económicamente, con todas las posibilidades que se ofrecen debidamente detalladas en la web del propio edificio y a precio tasado.

No se trata de cuestionar la política de la Iglesia respecto a sus monumentos, pero da la sensación, utilizando términos automovilísticos, de que en este caso se va a pasar de 0 –dado el carácter de clausura de las Hermanas de Belén– a 100 en muy poco tiempo. La Cartuja de Jerez es un edificio renacentista que, sin duda alguna, es uno de los principales monumentos de la provincia de Cádiz y, en consecuencia, está entre los principales monumentos de toda Andalucía. Todo elemento nuevo que se introduzca en el monasterio deberá tener su sentido y sopesarse su oportunidad al máximo, especialmente si está únicamente relacionada con la explotación del mismo.

Eso incluye también la introducción de distintas 'comodidades'. Las Hermanas de Belén, por ejemplo, ya realizaron durante su paso diversas actuaciones polémicas en La Cartuja, actuaciones que fueron muy criticadas por historiadores y que ellas defendieron atendiendo tanto a lo duro que es vivir en un edificio inaugurado en el siglo XV y en la provisionalidad –no son estructuras permanentes– de los elementos que se añadieron, sobre todo el suelo, pero el carácter del monumento debe primar sobre cualquier adaptación turística.