España (bajo el paraguas de la Unión Europea) y el Reino Unido siguen sin cerrar un acuerdo sobre Gibraltar. En principio hay dos temas de agenda que les separan, aunque todo indica que la posición británica está siendo más tacticista que la española. Si la parte española esperaba que el jueves se pudiera cerrar un acuerdo satisfactorio para todos, es sencillamente porque está todo hablado y más que hablado con los británicos, incluidos los gibraltareños.
El ministro de Exteriores británico no es el que comenzó este proceso negociador, ya que James Cameron –que fue el primer ministro que propició el referéndum del Brexit dando por hecho que no lo iba a perder o al menos esa fue la postura oficial– lleva unos meses en el cargo y es evidente que es un tema que, si alguna vez estuvo subrayado en rojo como prioritario en la agenda del Foreign Office, ya no lo está. O se están barajando tiempos políticos en clave interna, que tanto da.
Al final hay dos cuestiones sobre la mesa: una cierta armonización impositiva entre los dos lados de la Verja –en realidad se habla más que nada de impuestos indirectos, de 'bajar un grado' el Peñón como paraíso fiscal, al menos por lo que concierne a la baja imposición de determinados productos y, por supuesto, el control de fronteras en el puerto y el aeropuerto, dando por hecho que la Verja queda desactivada, que quedaría bajo la Unión Europea al entrar Gibraltar de facto en el espacio Schengen. Será el servicio europeo Frontex el que se ocupe. Es obvio que, en clave de soberanía, el impacto de la Guardia Civil controlando, por ejemplo, un vuelo británico en suelo británico es inasumible para dichas autoridades. Carne de tabloide. ¿Entonces? Entonces parece que las autoridades británicas tienen que dar todavía con la tecla para explicar detenidamente a su opinión pública lo que tienen sobre la mesa: darle otra pensada al tema impositivo y a la política de los símbolos para que no parezca que con el acuerdo Reino Unido pierde ni dinero ni soberanía.
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