No había duda de que la legislatura en curso iba a ser muy complicada. Era de prever que iba a tener vaivenes, debates broncos y que, en determinados momentos, el enfrentamiento iba a pasar a lo personal. Lo que no estaba tan claro es que fueran a producirse situaciones que pueden calificarse abiertamente como inéditas en la democracia, como que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decida darse cinco días para reflexionar sobre su futuro, por lo que suspendía su agenda –incluso la política: recuérdese que arranca la campaña de las catalanas– quedando el Ejecutivo en una suerte de vacío desconocido hasta ahora en España.
Sánchez ha explicado por carta su hartazgo a los ataques que su familia recibe "de la derecha y la ultraderecha" y de ahí la necesidad que tiene de cuestionarse si merece la pena seguir en política. Es cierto que desde febrero los ataques hacia su esposa, Begoña Gómez, se han incrementado y finalmente un juzgado ha abierto diligencias por posible tráfico de influencias por su relación con distintas empresas. Sánchez ha hecho pública la carta y abierto el período de 'suspensión' precisamente coincidiendo con la apertura de dichas diligencias, un 'hasta aquí' en toda regla. En realidad, Sánchez es probablemente el presidente más vilipendiado de la democracia española. Desde que asumió el poder con la moción de censura a Mariano Rajoy, han sido decenas los actos en los que ha sido insultado, algo que se redobló tras la formación del último gobierno y la ley de amnistía al independentismo catalán. Él lo ha llevado aparentemente bien, pero los ataques a su mujer –y también a su hermano– los ve como otra cosa.
En política siempre se ha dicho que "las dimisiones no se anuncian, se presentan", pero estamos hablando de Pedro Sánchez, un político audaz e imprevisible, un estratega consumado, al que el PP, por su parte, acusa de montar un nuevo número con esta decisión para cerrar filas con los grupos que votaron su investidura: yo o elecciones.
¿Y el lunes? Pues PNV y Junts han animado a Sánchez a que se someta a una moción de confianza en el Congreso. Es una de las tres opciones que tiene y parece la más recomendable. La dimisión 'en diferido' sería un final muy extraño para su carrera política –al menos en España, otra cosa es Europa– y seguir, sin más, como si no hubiera pasado nada, daría nueva munición, y de la buena, al PP.