Sumar acaba de salvar eso que se da en llamar en tenis una ‘bola de partido’ al conseguir que IU vaya en su candidatura a las elecciones europeas. Es tal vez la única buena noticia –considerando como una buena noticia, algo que hace un año sería simplemente ‘normal’– de la plataforma en varios meses.
El desgaste de la formación encabezada por Yolanda Díaz es muy importante y se da en todos los frentes, tanto entre el electorado como en su configuración interna. Entre el electorado, Sumar va de fracaso en fracaso. En Euskadi, el pasado domingo obtuvo solo un parlamentario –de haber ido con Podemos, hubieran sido tres– y en febrero, en Galicia, la tierra de Díaz, se quedó fuera del parlamento de Santiago.
En el PSOE tienen una lista para Díaz en la que a los fiascos electorales suman también la escasa cintura demostrada con Podemos y el nulo control e incluso escasa interlocución que tiene con las formaciones presentes en la plataforma, como quedó patente en el adelanto electoral en Cataluña forzado precisamente por los Comunes. Eso nos lleva directamente a la crisis interna. Dos de los pilares clave de Sumar, Más Madrid y Compromís (Valencia) le han dejado claro a Díaz que no quieren estructura ‘operativa’ de Sumar en sus territorios. En Cataluña, con los Comunes, ni se ha planteado el tema. Para qué. Resumiendo, la plataforma está inmersa en una gravísima crisis interna, con una concatenación de resultados electorales que, desde luego, no ayuda. Todo en el tiempo récord de un año.
Todas esas fricciones y tensiones se dejan ver también en su ‘ala’ del gobierno de coalición. La relación con la ministra de Sanidad, Mónica García, es complicada, y la propia Díaz, como vicepresidenta y ministra de Trabajo, presenta un perfil bajo desde hace ya más de dos meses. Medios de comunicación de signo variado afirman que Díaz está ultimando distintas medidas sociales, como el aumento de la representatividad de los trabajadores en sus puestos de trabajo, más allá de lo recogido en los comités de empresa, y que fía a esa carta la recuperación de la notoriedad, tanto como pública como en el propio Gobierno, que ha ido perdiendo. Puede que sea una nueva ‘bola de partido’ para Díaz. O la última.