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Ayer por la mañana, mientras caminaba hacia mi centro de trabajo en el Campus de la Asunción, he ido contando los alcorques vacíos.

Ayer por la mañana, mientras caminaba hacia mi centro de trabajo en el Campus de la Asunción, he ido contando los alcorques vacíos. Al llegar a cien he parado de contar. ¿Cuántos cientos o miles de árboles ausentes habrá en nuestra ciudad? ¿Fueron arrancados, murieron, o nunca se llegaron a plantar? ¿Quién decide cuántos árboles debe haber por calle, según qué calles? ¿Qué especies se plantan y cuáles se mueren o acaban siendo taladas?

¿Y por qué al pasar junto al alcorque vacío he sentido la ausencia del árbol? Los filósofos constatan que la ausencia se define desde el punto de vista de quien se da cuenta. La ausencia absoluta de hecho no existe, porque de lo contrario sería la nada. Lo que está ausente para mí no lo está para otro. Así, este alcorque vacío de la foto me ha implicado a mí, en un sitio preciso, en un momento concreto, revelándome la fuerza de un lazo invisible entre lo ausente y lo presente. Me ha hecho comprender que en los instintos, los deseos, la  cultura y el pensamiento de los seres humanos,  la presencia del árbol es fundamental. Me ha hecho saber que un árbol en una calle es mucho más que un árbol y da mucho más que sombra.

Nos enseñaron el árbol del saber en lugar del saber del árbol. Nos hicieron creer en el árbol de la vida y olvidamos cuánto importa la vida del árbol.

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