Soy el de esas tardes de bañeras de hoteles y esquinas de cama; el peaje en moneda extranjera; el a bientôt de dos horas mal contadas y el té nocturno a precio de whisky. Soy —porque lo fui— ese muchacho de veintipocos que se creía al alcance de todo; el joven del error crónico y premeditado; el reflejo en los ojos de una mujer que nunca amé; mi carta de amor sin remitente; el que maldecía sin reparos al bocazas de Neruda y el que guardaba en un cajón los recortes de periódico donde salía mi nombre sin ansia de renombre.
No sería para mí una condena regresar a mi volante de diez horas seguidas; a despertar a mis ya viejas mariposas del estomago; volver a la acequia para plantar el olmo de los olvidos forzados. Como tampoco me sería ajeno llorar nuevamente frente al pedestal húngaro de los poetas suicidas; a calzar mis zapatos baratos con calcetines blancos; a mi caja de acuarelas y mis fotografías de National Geographic; a garabatear mis amarillentos apuntes de Derecho con nombres de mujeres imposibles.
Hoy me pregunto qué sería de mí si me diera por volver a mis cuerdas de Gato Negro; a confiar mi destino en inocentes juegos de mano donde se adivinan los hijos futuros; si hubiese sido capaz de escapar de ese septiembre del 98 en aquella puta venta en la carretera de Trebujena.
Lo reconozco. Durante muchos años hubiera entregado media vida —de la que supuestamente me resta— por volver a empezar para enamorarme de verdad en mi primera vez; para no errar en la elección de mis amigos; para decir sí cuando quería decir sí; para darle la importancia que tiene el Silencio tanto en la música como en las conversaciones; para no comprar nada al tiempo que ponía en venta mi vida; para envejecer antes de hora y saber que los días son como monedas de oro que hay que gastar pero no dilapidar.
Pero también sé que ese, el muchacho prudente y sabio que siempre añoré ser en mis días aciagos, jamás me hubiera alcanzado para ser lo que hoy soy: un ser errado, tal vez inacabado y falto de muchas de las cosas que dicta este mundo para ser feliz, pero siempre posible.., que no dejará de agarrarse al clavo ardiente de nacer cada día.