Creo que ya lo he dicho en otra ocasión: me siento orgulloso de poder participar, aunque mi aportación sea mínima, en un medio de comunicación como lavozdelsur.es. Un periodismo que centra su atención en las historias de los de abajo, de aquellos que lo pasan mal, dando voz —nunca mejor dicho— a quienes otros quieren callar para minimizar sus desgracias. Los artículos de esta semana sobre Valentina, una niña con enfermedad ósea progresiva, o el de Miriam, la joven con tres menores a su cargo que se enfrenta a una orden de desahucio, reflejan lo que os digo.
También he expuesto en otros artículos —estoy convencido de que la mayoría de vosotros sabréis perdonar mi insistencia— que hay dos maneras de entender el mundo y todo lo que nos rodea. En una de ellas se mezclan dos conceptos, contradictorios en apariencia, como son la lógica y la emoción; en la otra, los pilares los forman el fomento de la sinrazón y el desapego.
En la primera, la inteligencia nos orientará hacia el bien común y el crecimiento general sostenible, mientras que la emoción nos hará entender que nuestra mejora personal va ligada a la cercanía y al bienestar de nuestros iguales. Sí, de todos, independientemente de su color de piel o del lugar de nacimiento. Todo eso se debe alcanzar aunque para ello haya que prescindir de las cientos de gilipolleces que esta sociedad ultraconsumista nos vende como necesarias. Con esta visión apoyada en la inteligencia y la emoción, Miriam tendría un hogar, porque el estado garantizaría las necesidades básicas para una vida digna; y Valentina tendría más opciones de curación si la Sanidad y la investigación fuesen una cuestión prioritaria de los gobiernos y no un medio burdo de lucro y negocio. Llamad a esto comunismo, cristianismo o como os dé la gana, allá cada uno con sus fobias.
En el segundo modelo, siempre fomentado por sectores privilegiados e interesados, la sinrazón espolea nuestros instintos y miedos, hasta el punto de que, animados en la estupidez de las masas, llegamos a ver a muchos de nuestros iguales desde un desapego que nos permite continuar con nuestras vidas mientras otros tienen que saltar una valla, montarse en una patera o escapar de las bombas. Los negros que cruzan el estrecho, que se queden en su país y se adapten y trabajen como yo —me dijo un vecino nacido en los 80 y muy, muy patriota—. Pues lo siento, no quiero ese mundo. ¿Qué soledad es más solitaria que la desconfianza?, escribió una vez la poetisa Mary Ann Evans bajo el seudónimo de George Eliot. Con esta mentalidad jamás se conseguirá un progreso real y Miriam y Valentina tendrán que esperar a la caridad de un empresario que done máquinas a la Sanidad pública mientras elude impuestos y se lleva sus fábricas a China para pagar menos a los trabajadores.
Estos modelos de hacer las cosas son una elección que todos afrontamos en nuestras maneras de encarar el día a día, sea cual sea nuestro trabajo. En ese mundo más humanista y solidario se encuentra este periódico digital y otros medios humildes pero, sin embargo, más cercanos y necesarios; en el otro están los grandes grupos de información que todos conocemos, centrados exclusivamente en la obtención de beneficios ingentes e inmorales a cualquier precio. Si Antena 3 dedicara en sus informativos a hablar de los desahuciados y abandonados, la mitad del tiempo que dedica a hablar de supuestos okupas o a difundir bulos sobre Pablo Iglesias, quizás a la gran mayoría nos iría mucho mejor. Pero, tranquilos, que la pérdida y la enfermedad se superan pronto —¿verdad, vicepresidente Osorio?—.
Ya sé , ya sé… Esa sociedad justa de la que algunos hablamos es solo una utopía propia de demagogos. ¿Que sabré yo? Si solo soy un Pituffo Gruñón… Dedicado a Jesús Quintero. Gracias por tu demagogia.