¡Sube a mi tren azul!, cantaba Leño allá por el 79. Pues vamos a ello. El maquinista Juanma dice que por fin vamos a poder montarnos en el TramBahía y que está muy chulo. Si el presi lo dice debe ser así, porque él ya lo ha probado y en las fotos se le veía muy contento. ¡Esta vez sí es verdad, no seáis desconfiados! Ya sé que prometió, antes de las elecciones, que iba a estar listo en verano, pero no seáis rojos malnacidos y no le ataquéis por un retrasillo de ná… ahora, en septiembre, ya lo tendremos, ¿Cuándo nos ha engañado alguien tan campechano y moderado?
Sorprendentemente, la Junta de Andalucía me ha pedido que os presente las maravillas del TramBahía. Para este Pituffo Gruñón es un honor y me satisface ver que el tren está lleno de una audiencia expectante. Poneos cómodos que empezamos el viaje.
Lo primero que tenéis que saber es que este tranvía no se ha inventado solo para desplazar pasajeros. ¡Es mucho mejor! ¡Es una máquina del tiempo! ¡Ah, y mucho más chula que el Delorean de Regreso al futuro o la Tardis del Doctor Who! El viaje tiene 21 paradas y estoy deseando mostrároslas.
La primera estación se llama La cabeza y nos lleva hasta 2004. El nombre se ha puesto en honor de Don Manuel Chaves y ya advierto a los malpensantes que la denominación no es nada despectiva, sino que homenajea la gran inteligencia del presidente que anunció el proyecto. Eso sí, parece que la idea tuvo que recorrer mucho camino dentro de su cráneo porque desde el anuncio hasta el inicio de las obras pasaron unos añitos. Llegamos a un nuevo apeadero. Improviso, anuncia un cartel seguramente en honor al espíritu aventurero de nuestros dirigentes, los cuales gustan de cambiar de proyectos, ir a su puta bola, ponerse medallas y pensar en cómo joder a sus rivales políticos y, por ende, al ciudadano. Nuestra máquina del tiempo continúa por varias estaciones que transcurren a lo largo de más de 15 años llenos de emociones —la mayor parte de ellos con gobierno socialista y los últimos cuatro popular—: Obra eterna, Juicios, Expropiación, Broncas, Jerez algún día, Las dudas de Chiclana, Puente de La Pepa no, Puente de La Pepa sí, Mentiras...
Vaya, observo que parte de mi audiencia se empieza a enfadar. Intento rebajar la tensión bromeando: reconozco que este trayecto es un poco pesado pero, más larga era Titanic y le dieron 11 Óscar —sonido de batería para un chiste malo: ba dum tsss— Mis oyentes ni se inmutan, la broma no ha tenido efecto, menos mal que ahora empieza lo más emocionante:
—Atención, a continuación entraremos en Multiverso, como en las pelis de Marvel. Tras mi anuncio, los viajeros contemplan cómo en un universo el PP recoge firmas oponiéndose al tranvía, para después pasar a otro donde los populares posan todos muy sonrientes montados en el trenecito.
—¿Políticos haciendo una cosa y la contraria? Eso está muy visto-, grita uno. –Vaya timo de multiverso, comenta otro. La cosa empeora, la audiencia pasa del cabreo al aburrimiento. Me quedo sin argumentos.
—Si queréis podéis echar una cabezadita, los asientos son muy cómodos…
Pasamos por letreros que anuncian las estaciones de 2012 ni de coña, Surrealismo, Ridículo o Sobrecoste, mientras el tranvía transita por los años en los que San Fernando sufrió la peatonalización de su arteria principal cubierta de losas que se levantaban una y otra vez, y vías, catenarias y apeaderos por los que no pasaba ni la locomotora de Torrebruno —joder, me acabo de dar cuenta de lo viejo que soy—. El cansancio parece haberse extendido por todo el pasaje. La gran mayoría ha desconectado del todo. Un abuelo sentado frente a mí comenta en voz baja: "La mala gestión del dinero público no está penalizada. Y eso, rezando para que no aparezcan noticias de comisiones, chanchullos y demás. Después, algunos iluminados les echan la culpa a los inmigrantes, a los parados o a los pensionistas…".
Mi ilusión inicial ha desaparecido. El resto del viaje en el tiempo es triste y soporífero, las paradas se suceden lentamente: Despidos, Los fondos, Formación interminable, Vías del tren, Mejor con Renfe, Promesas electorales... Así hasta llegar a hoy.
Reconozco que el espectáculo ha sido lamentable y, como guía del viaje, creo que debo disculparme y escuchar las quejas. Pero entonces ocurre algo sorprendente. Los viajeros dormidos se despiertan al llegar a la supuesta última estación donde les esperan los políticos con su mejor sonrisa. Cuando la mayoría adormecida baja del tren, éstos les regalan los oídos y entonces los viajeros aplauden satisfechos a sus representantes. Solo unos pocos muestran su desagrado y se quejan por lo que consideran una estafa, pero como sus protestas no se escuchan demasiado se marchan cabizbajos discutiendo unos con otros. En el tranvía sólo quedamos el abuelo y este Pituffo Gruñón.
—Siempre es lo mismo, el truco está en aburrirte para que pienses que todos son iguales. Está todo inventado. me dice hastiado.
No sé ni qué contestarle. Os juro que no entiendo nada.