Ayer escuché decir a Guillermo Fesser que lo que más le fastidiaba eran las personas que comienzan todo con un “pues a mí” o un “yo…”, centrando la conversación bajo su única perspectiva. Estos seres humanos casi nunca escuchan al que tienen enfrente y acaparan la charla para hablar de ellos mismos. Por desgracia, reconocía el mítico integrante de Gomaespuma, este modelo se está imponiendo y el temor llega cuando sabes que estas formas, aunque parezca exagerado, siempre han sido la base para desarrollar posturas extremas que después conducen a la barbarie.
En el origen de esta posición se encuentra el narcisismo que todos sufrimos y que nos provoca el estar a la defensiva, un victimismo paralizador y que, cuando lo desarrollamos en demasía, acabemos tergiversando la realidad. Desde esta posición, te encierras en un mundo donde solo escuchas a los iluminados que piensan como tú y pones en entredicho hasta la realidad más contrastada. El miedo es la característica común de todos los valientes y nuestra inseguridad nos lleva a ampararnos en líderes que nos guíen por un camino sin preguntas. Realmente es una postura más cómoda y fácil. ¿Para qué coño vas a pensar tú cuando otros lo hacen por ti?
La necesidad de evolucionar debe ser nuestra meta como sociedad, dejar un mundo distinto y mejor al que nos encontramos. El exceso de ego es el mayor enemigo de este avance. Para abandonar nuestro narcisismo hay que realizar un arduo y diario trabajo: colocarnos frente al espejo y contradecirnos a nosotros mismos; sin caer en flagelaciones y culpas inservibles, buscando la crítica que nos haga avanzar. Escuchando a Guillermo Fesser, entendí la cantidad de veces que yo mismo tomo esa posición narcisista y cuando miro en mi espejo reconozco que no me gustan muchas posiciones que defendí en el pasado, ni tampoco muchas formas que aún perduran en mi presente.
Hoy, queridos pituffos, de lo único que estoy convencido es que no hay nada más triste y solitario que vivir con miedo. “Tranquilo, no pasa nada”, me dijo mi madre cuando se enteró de que le quedaban semanas de vida. Por eso escribo estas líneas, para reclamar un mundo alejado de nuestras inseguridades y teniendo en cuenta el punto de vista del otro. Nos hemos convertido en jueces y verdugos, dioses que deciden lo que está bien y lo que está mal. Todos lo haríamos mejor que el presidente de nuestro país y todos hubiéramos metido el penalti que nuestro equipo falló el último partido.
Tranquilos, no he fumado nada ni me ha sentado mal la nueva medicación. Tampoco me he convertido en el Pituffo Buda y reconozco que mientras el que está enfrente no abandone su victimismo talibán y sectario es complicado hablar con él. ¿Pero qué ocurre si todos hacemos lo mismo? ¿Qué pasará cuando metamos en el saco de los extremos a todos los que piensen distinto a nosotros? ¿Qué aprenderemos cuando en la mesa solo nos sentemos con los que tienen nuestras convicciones? Probablemente en ese momento nuestros razones válidas dejarán de serlo porque para mantener el valor de una idea hay que exponerla y contrastarla. Acabaremos como todos esos líderes narcisistas que llevaron a su país al desastre, llámense Hitler, Stalin, Putin o Trump.
Cuentan que a los generales romanos, cuando recibían los honores por sus victorias, les colocaban a alguien en su cuadriga que le repetía por todo el desfile glorioso que solamente era un mortal más: Memento Mori. Quizás nuestros líderes se debieran rodear de menos palmeros y recordar que no son seres especiales elegidos por los dioses. Quizás también sea importante decidir a quienes prestamos nuestra atención y alejarnos de todos aquellos que defiendan sus posiciones con los modos altivos de un ungido que opina de todo y conocedor de todas las soluciones. Quizás debiéramos alejarnos de aquellos que gritan porque no pueden convencer con argumentos. Por favor, no nos dejemos arrastrar por estos mentirosos. Reflexionemos y paremos nuestra impulsividad destructiva.
Quien sabe, quizás también lo que sobra en esta sociedad son tantos Pituffos Gruñones como yo.
Comentarios