Un oasis multicultural de productos y culturas, lo cual permite descongestionar el corazón de tanta imbecilidad patriótica en uno y otro sentido.
Chicha de jora. Hornado de chancho, pollo o ternera. Seco de gallina criolla. Encebollados. Tortillas con caucara. Menudillo con morcilla. Corvina frita con patatas. Fritada. Locro de papas. Jugos de toda clase. Mote. Ceviche de camarón, corvina o mixto. Caldo de patas. Son algunos de los platos que pueden encontrar en el patio de comidas de uno de los mercados tradicionales de Quito (Ecuador), en este caso el de Santa Clara, situado muy cerca de la Universidad Central, la bulliciosa calle Versalles u otras calles adyacentes especializadas en la venta de frutos secos y especias.
Platos que forman parte de la gastronomía típica de la Sierra o de la costa, y que conviven junto al resto de puestos de verdura, fruta, especias, cestería, carnicería, pescadería y otros puestos de abastos con productos del hogar, así como carretilleros, caseritas, "gorrillas" de los parqueaderos, trabajadores informales del lugar jugando al cuarenta mientras esperan un porte, dependientas de puestos donde venden ollas y otros utensilios de barro, viandantes, clientela de múltiple altura y color, pícaros, algún choro infiltrado en busca de carteras, amas de casa, funcionarios con apetito a la hora del almuerzo, estudiantes universitarios, empleadas haciendo la compra de sus casas, pocos extranjeros, y un larguísimo etcétera que constituye el verdadero crisol de la ciudad.
Esto es Quito más o menos, en la perspectiva de sus mercados, algo sorprendentemente lejano de lo que predican las propias campañas publicitarias del municipio, cuyo alcalde permanece en la más absoluta inopia. Y también fuera de cualquier interés informativo por parte de los medios de comunicación extranjeros, porque la última vez que leí una noticia referente a Ecuador en un medio español, fue hace un par de semanas, cuando les llegó el eco de un accidente de autobús en una provincia del interior, con el balance de más de 10 muertos. Esto último, desde luego, una forma muy ética de dar a conocer la realidad de otras culturas.
Supongo entonces que imágenes como la de un mercado, no deberían asombrar tanto como provocar una sonrisa, puesto que muchos lectores de otras ciudades o países latinoamericanos, reconocerán en la misma variados aspectos de su cultura local, en el ánimo de similares costumbres y diálogos urbanos. Asimismo constituye una hermosa y diminuta ventana para cualquier extranjero de buena fe, o incluso los españoles de mi generación se retrotraerán en su imaginación a los viejos mercados de nuestra infancia, o a los actuales mercados de abastos, como el de la Ribera de Bilbao o el de Zaragoza cerca de la basílica del Pilar, en relación a la cercanía y buen espíritu de sus vendedores.
En el mercado de Zaragoza, sin ir más lejos y porque cada vez que regreso de vacaciones supone una cita obligatoria para mi nostalgia de longanizas, chuletas de cordero o turrón, es frecuente encontrar dependientes de nacionalidad colombiana, ecuatoriana o de alguno de los países del Magreb, o puestos de alimentación especializados en productos de la Europa del Este. Es decir: un oasis multicultural de productos y culturas, lo cual permite descongestionar el corazón de tanta imbecilidad patriótica en uno y otro sentido; y la vez, cualquier alma curiosa, puede encontrar contenidos que van más allá de las gilipolleces de costumbre.
Además, la afluencia de platos en este variopinto y bullicioso mercado está igual de relacionada con la cultura del buen yantar, mucho más efectiva y afectiva que las agresivas obsesiones por la vida sana o las dietas de tal o cual. ¿Suplementos vitamínicos? ¿Musculatura de infarto? ¿Culos tuneados? Dejen que me ría como desparpajo. Supongo que la trascendencia del mercado de Santa Clara de Quito o de cualquier otro está implícita en estas palabras.