No podrían haber triunfado los fascismos europeos, si previamente no hubieran contado con el apoyo denodado, constante, determinado e interesado, de un ejército de escribanos, que revestidos de una falsa equidistancia, se dedicaron a atacar toda línea de pensamiento y acción democrática, al tiempo que preparaban la amortiguación cultural suficiente para el advenimiento de sus mesías fascistas. Ese ejercito gris, estaba compuesto por un sinfín de hombrecillos de similares pelajes, todos ellos tendentes a la mirada huidiza, la mano presta para la dádiva, la estirpe familiar en decadencia y la culpabilización en la mirada.
En los ceremoniales son sangre anónima de la masa elitista. Impotentes y envidiosos del pensamiento creativo, de la acción audaz. Fanáticos de la mediocridad, del "bien parecer". Representantes de un pueblo que solo existió en el ideario de los franquistas. Petimetres del marisco subvencionado (no se pierden un coqueteo), que atacan a quienes quieren derechos para todos. Pordioseros de la razón incapaces de imaginar vuelos que no sean de águilas imperiales.
Al alcalde de Cádiz, esta marea de matones, este ejército gris, no le perdona ser un descamisado, por mucho traje que se ponga. No le perdonan la alegría, amparados como están en una constante victimización. Los fascistas y su ejército gris siempre atacan bajo la justificación de ser ellos los agraviados. No le perdonan su compromiso de clase. No le perdonan cuando habla, ni cuando calla, ni cuando mira, ni cuando respira, porque en el fondo y en la forma, seamos sinceros, siempre odiaron a Kichi. No le perdonan la cercanía y su autenticidad. No le perdonan que sea el alcalde de todos los gaditanos, que son, en su inmensísima mayoría, demócratas, plurales y diversos. No le perdonan a Kichi su antirracismos, su antifascismo, su feminismo, su alegría constante a pesar de la ruina que dejaron. No le perdonan, entre otras cosas, porque nunca les ha pedido perdón, porque les desafió, porque se posicionó con la democracia a la que defiende día a día con actitud partisana.
Este ejército gris calla cuando mueren los migrantes en el Estrecho. Callan cuando sus líderes guardan lo robado, lo que no se gastaron en marisco, en sus otras patrias, las verdaderas, las de Suiza o Panamá. Callan cuando las matan y falsean un rictus compungido. Callan cuando un empresario apuñala a un migrante por negarse a seguir siendo explotado. Callan cuando otro empresario abandona muerto a otro migrante en las afueras de un hospital. Callan ante las violaciones colectivas. Callan o algo peor, graznan relativismos, cuando las víctimas son del "otro bando", porque ellos siguen urdiendo ese mundo polarizado. Insultan a Greta y queman el futuro con tal de estar en la pomada, de perpetuarse, de seguir ocupando su lugar, así sea con esa mirada huidiza de ratón acomplejado.
Su silencio se quiebra con un ladrido cuando el alcalde de Cádiz se posiciona con aquellos que reivindican sacar el fascismo y el racismo de todas las esferas públicas, incluido el fútbol. Establecen equidistancias, cuyo desarrollo intelectual resulta absolutamente pueril.
Es por todo ello por lo que me viene a la memoria, una vez más aquellos versos de Alberti: " a galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar".