Un señor muy sabio que ya no está entre nosotros dijo una vez: si los chavales camelan pegándole un poco a la lejía, o camelan pegándole a la mandanga, ¡pues déjalos! Grande 'El Fary'. Que a lo mejor la frase no viene muy al cuento, pero es para que os hagáis una idea del tono y de la rigurosidad del artículo. Pues resulta que muchos chavales camelan pegándole a los simbolitos; sin usar la acepción de “seducir” de la palabra anterior.
Bien es sabido que la ideología es algo que se convierte en intrínseco a la persona; y que llega un momento en el que, como diría Danny Glover en Arma Letal, eres demasiado viejo para esta mierda. Quiero decir: todavía hay en tus venas gotas de sangre jacobina, pero ya tu verso brota de manantial sereno. O lo que es lo mismo: adaptando y cambiando un poco los geniales versos de Don Antonio Machado, ya eres un poco militante de boquilla. Por cansancio, por comodidad, por estancamiento... o a lo mejor eres un yayoflauta de los que dan mucha caña, de los que salen a defender sus pensiones y la de los futuros pensionistas; los que con 30 años se quedan en casa tuiteando lo valiente que son los primeros.
Pocas personas lo hacen, no todo el mundo se pregunta de dónde nacen esas ideas que definen su comportamiento y sus decisiones. En algún momento decidiste que vas a ser de unos o de otros, o de los otros, o de los de más allá. Un día una ideología te sedujo y, entre otras cosas, un símbolo te sedujo. Quizás no de primeras, pero hizo que mantuvieras la fe en ese credo representado por un dibujito.
En los 60, millones de personas se unieron bajo el lema del amor y la paz. Y bajo un logotipo —porque ya es mainstream—: una especie de pata de paloma metida en un círculo. O eso quisieron ver los más románticos. El símbolo se diseñó inicialmente en favor del desarme nuclear británico; y es una unión de las letras N y D en alfabeto semáforo usado por los barcos. Eah, ya sabes una cosa más y puedes acostarte tranquilo. A mí me lo ha contado mi primo, mi primo Google.
Por una extraña razón, la gente necesita una representación gráfica de su fe, ya sea religiosa o política. Y eso les hace estar más convencidos. ¿Os imagináis a alguien defendiendo algo que no se apoye en otro algo tangible? Como mínimo un papel garabateado, una bandera, un trozo de piedra, algo.
El poder de los símbolos mueve a las personas y hace que crean formar parte de un todo. En cierto modo les hace sentir únicos a pesar de ser uno más entre un millón. Quizás no únicos, pero al menos no solos. Sentirse arropado por esa imagen les da fuerzas y un sentido a la vida. A veces se abrazan a una esvástica sin saber siquiera lo que significa... y curiosamente, algunos, muchos, demasiados, desarrollan su amor por la doctrina a raíz de su amor por el símbolo. Por la estética en general. Mira, una cosa que hizo bien —pero mal— Hitler, o sus asesores.
Se los tatúan en la piel casi para siempre y su significado se pierde en el tiempo, con la edad. Cada uno le va añadiendo los matices que quiere, desvirtuando totalmente su origen. Una A de anarquía, un Buda, un águila de San Juan, el ojo de Horus... tantos y tantos como humanos hay en el planeta. Llevan a la fascinación y al obnubilismo de la gente. A equivocarse, a luchar por algo que no es realmente lo que ellos querrían defender, o a exacerbar la creencia de los débiles. Siendo un pelín pesimista: el peligro. Siendo un pelín optimista: el motor de las almas.
Y las marcas lo saben y te camelan. Esta vez sí con la acepción de seducir. Los partidos políticos lo saben; y la gente mala; pero también la buena.