Si Napoleón elegía como general al soldado con más suerte ¿quién va a arriesgarse a votar a otro alcalde para que Cádiz vuelva a jugar contra el Realejos y el Gordo vuelva a caer siempre en Sort?
Lo reconozco. Soy un malaje. La lotería navideña nunca me supo levantar, al igual que le pasaba a George Brassens con la música militar. La mañana de cantinela de los niños de San Ildefonso me resulta insufrible y me provoca la misma esperanza de terminar con éxito para mis bolsillos que el anuncio de un ministro sobre la liberación del peaje de la AP-4. Son muchos años sin más satisfacción que el de haber contribuido a que Montoro ingrese impuestos para la Hacienda Pública. Siempre acabo el día 22 diciendo que no hay mejor premio posible que las muchas cosas buenas que ya me ha regalado la vida. Frase muy útil para los perdedores vocacionales.
Sí. Un malaje que quita la tele cuando ve a la gente brindando con cava, no tanto por envidia como por la sensación de Día de la Marmota. Incluso he desarrollado una teoría político-filosófica para justificar tan antisocial aversión: este sorteo, lejos de servir a los menos favorecidos para tener la oportunidad de escapar de su dura realidad, versión edulcorada que los telediarios construyen como si cuentos de Disney se tratara, es un invento burgués y más de derechas que practicar polo. Nos hace a todos 20 euros más pobres, para que tres o cuatro suertudos, sin tener que esforzarse, se hagan ricos. O lo que es peor, blanqueen lo que ganan explotando a curritos o con cualquier actividad ilegal. Y para colmo se sustenta en el deporte nacional: la envidia. La mitad de los boletos se compran por miedo a que le toque al compañero y a ti no. Discútanme eso.
No obstante, debo confesar que desde que está González Santos en San Juan de Dios estas certidumbres empiezan a tambalearse en mi interior. Esta opinión podría empezar a diferir levemente y podría entrar en mí el espíritu navideño con tanta facilidad como entran los tuits de Piqué en las noticias deportivas de Antena 3, si me acompañara un poco de la fortuna que adorna al alcalde de Cádiz. Hay que reconocerlo, ríanse de la flor de Zidane. Imbuidos en este espíritu navideño, vamos a dejar de echarle en cara algunos defectillos de gestión que, pelillos a la mar, tampoco pesan tanto en la balanza como los logros que se han alcanzado bajo su bastón de mando.
En apenas dos años y medio hemos visto cosas que no creeríais. Hemos visto colas para conseguir agua del grifo y solicitudes para carnets de alimentadores de gatos. Le hemos visto inaugurar un puente después de dos décadas; celebrar un ascenso del Cádiz a Segunda y vete a saber si pronto a Primera; la vuelta al Falla de la comparsa de Martínez Ares, y el culmen de la metáfora, premios de la Lotería, dos años seguidos. Si Napoleón elegía como general al soldado con más suerte ¿quién va a arriesgarse a votar a otro alcalde para que Cádiz vuelva a jugar contra el Realejos y el Gordo vuelva a caer siempre en Sort? Es para pensárselo.
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