De la polarización no sale nada bueno y me inclino a pensar que la derecha se encarga de que se juzgue a la izquierda del mismo modo por interés. En una equiparación imposible de tragar. No se pueden tolerar el fascismo ni el totalitarismo financiero enmascarándolo de libertad.
La criminalización de la llamada casta política, la supresión de ministerios y recursos para la pobreza son la antesala del caos social y la desilusión en el Estado. Desde el Estado se controla la economía y desde un parlamento se legisla. Economizar en nombre de la libertad sólo termina favoreciendo a los ricos y la falta de decisiones políticas son sustituidas por las de los oligarcas. Los que justamente ocupan los parlamentos en las dictaduras. Así, la corrupción, la falta de división de poderes y el amor por la meritocracia entre los más desfavorecidos sólo alimenta a las endogamias de clase alta que se blindan para heredar privilegios y te hacen creer que con esfuerzo puedes ser uno de ellos.
Pero en seguida abaratan el despido, flexibilizan el mercado y dejan a un lado la oportunidad de tener sindicatos fuertes o buenos convenios colectivos. Es entonces cuando desde la banca se controla el crédito, los tipos de interes y desde los púlpitos sociológicos se promociona la humildad, la paciencia y la resignación que aplicadas al terreno laboral sólo reproduce borregos y esbirros.
Argentina está dando alas a un candidato populista, fascista y neoliberal. Me dirán que mezclo conceptos pero, cada vez más, creo que esta triada está inequívocamente ligada y sujeta a un plan macabro de las élites financieras. Después de juzgar a Videla y a sus comandantes, estar instalados en una deuda permanente y abrazar la falta de memoria, me pregunto qué pasa con los pueblos y por qué se entregan a la ultra derecha que ya ni siquiera necesita a la religión. No sé qué mano dirige al mundo ni si mi pensamiento es demasiado conspirativo pero América latina, la de Galeano, Silvio y Jara se está derramando desangrada: nada nuevo bajo el sol.