La Feria de Jerez está demasiado cara para el pueblo. Es imposible pasar un rato de ocio de calidad con menos de doscientos euros en el bolsillo. A mí, me preocupan quienes no pueden llevar a sus hijos a los cacharros o comer medio en condiciones.
Ustedes dirán que no es obligatorio ni que tampoco un médico receta media botella. Y que, por supuesto, el alcohol es absolutamente malo para la salud. No seré yo quien dé un trato inferior a sus consecuencias. A mí, me duele quien coge el autobús en La Granja, con cincuenta euros, y sólo puede dar una vuelta con su compañera e hijos y no les llega.
No es feria para mileuristas y esto no es justo. No crean que no caigo en la tentación de no mirar hacia África o a América Latina y a las partes más pobres de Asia. Con esa consideración este texto no es más que humo de paja mojada. Pero hemos de contextualizar en nuestro entorno para mejorarlo.
El ocio es un derecho y no podemos permitir que una fiesta del pueblo deje de ser de él, que no cuente con él. Que deje de pertenecerle. Los logros sindicales también se dirigen al ocio. No puede valer una media botella lo que vale, ni un plato de pimientos superar el precio que supera. Por no mencionar otras viandas de calidad.
Siempre ha habido clases sociales, pero uno de los avances de occidente es su clase media y la distribución de la riqueza. Estamos revirtiendo el orden de las cosas, pensando más en el turista que en el vecino y creando una feria elitista, donde la infelicidad y la envidia hacen que sea frustrante acudir.
No hay que ir todos los días, ni tampoco propongo la intervención del Estado para subvencionar e intervenir en los precios, se me escapan las opciones y soluciones porque doctores tiene la iglesia, pero se me parte el corazón viendo a un jubilado de jerez, vestido como un dandi, deambular como un zombi, sin opciones a una feria de verdaderas garantías.