Tras la victoria del bando nacional y el reconocimiento del gobierno de Franco por parte de EE.UU, Francia y su Inglaterra, a veces odiada y a veces querida, el mundo capitalista empezaba a dar por bueno a Franco y por malo a otros fascistas, por el simple hecho de no haber emprendido una expansión territorial que les afectara. El capitalismo y el fascismo casan bien. Mientras Hitler, Mussolini y otros dictadores iban a poner a Europa en jaque, nuestro Inglés vaticinaba tiempos duros. Tampoco la antítesis del nazismo, Rusia, y su comunismo con su gobierno tiránico de Stalin, le albergaban muchas más esperanzas e ilusiones que los otros. De nuevo, las políticas colonizadoras, las de siempre. La historia demuestra que tras un imperio viene otro y entre medias alguna revolución, que suaviza y regula, a costa de muchas víctimas inocentes, la situación, y se vuelve a lo mismo. Para romper un orden, que de nuevo se revierte, e instaurar otro más feroz y con la intención de ser más severo que el anterior. Pero los cambios tecnológicos y los avances dejaban su poso, como la literatura y los historiadores que sobreviven a las hogueras. Y la tradición oral que siempre recuerda la palabra libertad. Como en aquella restauración borbónica que pretendió difuminar de un plumazo la revolución francesa, pero que no pudo sacar del imaginario colectivo de los burgueses y ciudadanos modernos las ideas de libertad. Esa es la historia, un paso hacía delante y tres hacía detrás. Un camino de progresión regado con la sangre de los inocentes que el poder y la economía hacen intransitable para que la humanidad sienta por instinto nostalgia al volver la mirada. Para bien o para mal.
Los días en la bodega se hacían largos y Pitt casi nunca se reunía con el capitán Eton. Lo había degradado como el sargento que no habla nunca con un cabo sin hacerlo antes con su cabo primero. Ya no necesitaba sus consejos ni su visión sobre la vida, moralidad, política o acontecimientos sobre la sociedad. Consciente de su victoria total y el avance del fascismo en Europa. El capitán elevó su arrogancia a su máxima potencia. Intercambiaba sólo órdenes y su actitud era ya la de los que llegan, vencen y se quedan para mandar. Y en este caso aniquilando y coartando el espíritu del enemigo. La mañana del dos de mayo del 1939 mando llamar a Pitt a su despacho.
—Pitt pasa y siéntate. La amabilidad mostrada no era un síntoma de cortesía sino de ser un tipo educado en todas sus formas y maneras posibles por institutrices de formas barrocas. Era reconocible desde por ofrecer su pañuelo blanco a una señora, impoluto e inmaculado, o al quitarse el botón de la americana. Ya no solía ofrecerle tabaco ni preguntarle por su vida. Pero incluso Pitt, ya empezaba, como animales de costumbres que somos y predestinados a la adaptación, a retomar su vida con cierta normalidad. La buena noticia recibida de la embajada británica durante su cautiverio y, por qué no decirlo, su todavía posición en la bodega, debido a su productividad y una mayor cultura en las cuentas, el idioma y las formas, le hacía ser todavía una pieza útil en su engranaje. Él lo sabía. Y las calles estaban fatal. Los otros operarios inferiores y la gente del campo, tras la guerra, estaban en una situación crítica y famélica. Hambre, miseria, familiares asesinados o desaparecidos y la desesperanza. Ese era el panorama que había. Al menos él y María contaban con tres alcobas en el patio de la calle Álamos y junto a Sebastián y Eduarda formaban una familia que había sobrevivido a toda aquella vorágine, casi ilesos. Seguía sin perdonar, evidentemente, y sin olvidar, pero de una forma ya más descafeinada. Porque había que vivir y la noticia de que iba a ser padre le hizo saltar una bisagra instintiva frente a lo metafísico de sus pensamientos y reflexiones que durante su tiempo de ocio lo atormentaban. Parece que su próxima paternidad lo había equilibrado. Bebía menos, fumaba menos y sobre todo pensaba menos. Daba más tiempo al té que al vino. Y se volcó por completo en el embarazo de su mujer.
Pero aquella reunión y la llamada del amo eran para otra cuestión que para dar alas a los sentimientos, emociones o reflexiones. El capitán lo mandó llamar para decirle que necesitaba a María en su casa para que sirviera allí, por supuesto sin preguntarle nada. En el periodo republicano se hubiera negado, pero sabía que tras haber rebelado sus ideas anarquistas y el incidente de la huelga y la cárcel, en su vocabulario, frente al capitán, la palabra no estaba ya descartada. No significaba la nada, la falta de trabajo, el hambre y la pobreza. Pero un sí… ¿Qué resultados daría que María sirviera en la casa del capitán? De nuevo los fantasmas y las pesadillas, los celos, las inseguridades y la certeza de entregar un cervatillo a un lobo hambriento.
- El lunes María se presentará a primera hora en su casa capitán. Dijo aquella frase sin ningún alma, como si de un muñeco de cera se tratara. Impávido, Pitt, y en la sensación de haber abandonado su cuerpo para observarlo desde arriba, como si fuera un espíritu se odió con inquina. Despreciándose, pero siendo consciente de sus nuevas necesidades, situación y jerarquía aceptó...
—Así me gusta. Veo que no estás ya tan rebelde y todas esas mariconadas improductivas de la política y los cambios que te rondaban por la cabeza ya se te están pasando. Obedecer es una virtud. La misma Biblia ensalza a los mansos. La humildad y la paciencia, Pitt, son cualidades muy importantes. Le puso la mano en el hombro. Y esta vez le volvió a ofrecer un cigarrillo, tras meses sin hacerlo. Comprobar la sumisión y su lenguaje no verbal en la más estricta idiosincrasia de un esbirro lo ponía más feliz que si la producción del vino se hubiese doblado en la isla de Inglaterra. El capitán Eton era un adicto al poder. Pero como en todo poder hay tipos. Hay almas que entregan su esfuerzo y su vida a adquirir poder económico sólo para ahorrar dinero, mientras que Richard el hecho de dominar almas era como aspirar cocaína. Nunca es suficiente, nunca hay una última raya. Era un adicto.