A medida que me hago mayor la probabilidad de enfocar la mala educación y la falta de civismo, se me antoja un ejercicio de dudosa racionalidad. Repasaba con reposo y daba excusas para darles salvoconductos desde la pobreza. Como si irremediablemente ser cívico u honrado fuera más difícil desde ella. En efecto, en eso me mantengo, pero la edad juega en mi contra o quizás un proceso irremediable de desencanto con el ser humano.
Carteles arrancados, tuberías puestas una y otra vez, cableado, herramientas salidas de los impuestos y el trato vejatorio con las instalaciones y la limpieza se repiten. La tentación de que es imposible arreglarlo, la mala educación, ronda por mi mente como un pensamiento mezquino, pero ahí está instalado. Por más análisis que haga, cada vez soy más cruel en obviar variantes que hagan de la pobreza un motivo para destrozar y deshumanizar al personal. Es tan tentador que incluso desde un falso y efímero pedestal hablar mal de los pobres me reconforta.
Bajunos, catetos, pillos, aprovechados, delincuentes, desagradecidos, incorregibles y traicioneros. Así, me sorprendí el otro día al hablar de ellos con un buen amigo, de algunas de sus conductas, de algunos de ellos. Como en aquellas etiquetas con la estrella de David en un escaparate, así, hace unos días me reconforté. Es tan fácil caer en ese tipo de tentaciones que da hasta miedo, si de verdad somos honrados al admitirlo.
El eterno problema de la pobreza, tan estudiado y que ha provocado que la burguesía cree tomos desde la intelectualidad para provocar revoluciones. Ustedes dirán si para mejor o para que nada cambie. Yo, tras haber actuado como un mero observador de chimpancés con una cámara cara y presuntuosa, voy a quedarme con que la tentación de diferenciarnos está tan ligada a nosotros como el color de los ojos. Luego veo cómo se destroza un parque público y vuelvo a las andadas y a continuación, tras charlar con mi madre, vuelvo a darle al ser humano el meritorio y bondadoso, puesto que merece tras recibir bienes, ocio y confort de calidad.
Aterrado observo cómo desde posturas progresistas caemos en este error, dando por supuesto que desde la derecha lo tienen claro. Ustedes deciden el trato que dan a los pobres del mundo. Pero tengan cuidado, en un segundo se nos olvida quienes fuimos para caer en el mayor de los escollos del pensamiento racional: el maltrato a la memoria y la historia.