Captura de pantalla 2018-09-04 a las 18.25.52
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En mis largas noches, porque son largas debido a mi afición en ser más activo cuando ya manda la madrugada. También quizás por el margen que tenemos quienes por suerte o por desgracia nos encontramos en la inactividad laboral, que no improductiva, esto último lo tengo bastante claro, por algunas actividades que realizo en otros ámbitos.

Dando el último repaso a Twitter, en esos automatismos de revisar el móvil, cada vez con menos tiempo, entre mirada y mirada, veo con asombro y con una gran alegría que una persona me responde a un tuit enviado, por supuesto, producto de mi odio al Real Madrid, y que hago al programa de El Chiringuito, en Mega. Me dio por ahí. Ese que sus contertulios hablan de fútbol de la manera más visceral y rápida pero que entretiene muchísimo y me saca alguna sonrisa maligna.

A lo que iba, observo que alguien con suma elegancia me interpela, diciéndome que no le hice mucho caso. En concreto yo hablaba de las victorias a domicilio del Barça al Madrid pero que ellos tenían más copas de Europa. No reconocí al autor en primera instancia. A continuación, instalado en la curiosidad, vi su perfil y, enseguida se me puso el corazón a mil y el estómago como un puño. No recurrí a ellas en primer instante y menos mal que respondí de manera cortés, su respuesta no invitaba a no serlo, pero tratándose del Madrid soy un talibán retrechero...

De pronto y con un poco de dudas, la persona a la que me refiero, tiene 30 años más en sus espaldas desde que le perdí la pista, conserva bien su carisma y su mirada, aunque sea en una foto, me dice que me dio clase en el colegio. En mi niñez. Donde se marcan a fuego las intenciones, los valores y proyectos que han de determinar quién serás en el futuro.

Como el barro que cae en manos del alfarero y se entrega sin condiciones. Para mi sorpresa, tras romper el hielo, con la excusa de lo futbolero, me dice que me recuerda, que sigue mis artículos, que incluso comparte algunos y se enorgullece de que estemos realizados y con ganas de hacer las cosas bien en nuestros trabajos. Si bien la sensación de que un maestro te recuerde es incomparable y parece que cuando esto sucede es porque también con intensidad lo recuerdas a él, tras varios tuits quise contarle una anécdota aun en lo avanzado de la noche.

Don Antonio, le dije. Sí amigos, empleé el don y el usted desde el principio porque sin complejos creo en esas jerarquías que no son tóxicas sino que alimentan el orden y el progreso. Es algo que ningún argumento podrá, ya en la mitad de mi vida, sacarlo de mis formas y mis fondos: hay besar la mano de quien es bueno. Don Antonio, tengo que contarle una cosa que me pasó con usted: estando en 5º de EGB, al finalizar una clase de baloncesto, por alguna casualidad, usted, repito, y yo nos quedamos a solas. Me entregó un balón, y me dijo: si metes un tiro libre te apruebo las matemáticas sin que tengas que estudiar.

Fueron unos segundos intimidatorios que un niño de esa edad no comprendía, pero sí, queridos lectores, di la respuesta correcta. Y la di porque él la cultivó en sus clases instaurando la cultura del esfuerzo, la tenacidad y que nadie podría ni debería hacer las cosas por mí. Tras esos segundos le respondí: no, don Antonio, yo no quiero aprobar así, quiero hacerlo por mis propios méritos. No sé si la frase tuvo esa literalidad pero así fueron las cosas.

Su media sonrisa, su lenguaje no verbal y su cara de satisfacción imprimieron en mí una alegría enorme y creo que aunque esa trampa en forma de pregunta no garantiza un éxito absoluto en todos los casos, allí mi maestro me educó. Y quizás no tenía la obligación de hacerlo. Dando matemáticas era una eminencia y como entrenador de voleibol en Jerez ha sido y es un fuera de serie, pero esta tierra maldita que no ha fomentado el deporte no lo puso en su sitio.

Gracias a los maestros. Maestros con mayúsculas, por su recuerdo, por sus trampas, por recordarnos entre miles. Y sobre todo porque pasados ya casi 30 años forjaron mi carácter. Desde el corazón y desde, aun, el pellizco que todavía tengo en la barriga les reitero mi más profunda admiración y cariño. Ganen un minuto con sus hijos e hijas y díganles lo importante que es un maestro. Son criaturas formidables y maravillosas a las que hay que mimar y llevar en el corazón.

Dedicado a Don Antonio Pedro González Cerro, mi querido maestro.

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