El fascismo quizás avance en Europa porque realmente sin educación emocional todos seamos fascistas. Esto es más profundo de lo que a simple vista se percibe y está relacionado con la falta de interés en las humanidades y la lectura histórica. Evidentemente, me dirán que hay personas releídas que son fascistas, pero incluso así pienso que al margen de intereses individuales o del cuidado de su patrimonio, al estar evidentemente el discurso neoliberal ensalzando a los partidos de ultraderecha se está promoviendo el desinterés por lo común. Hablaba de la educación emocional o de una disciplina mental con lo que nos atañe a todos.
Insistir en la meritocracia: los ocupas que no ves nunca ocupar, salvo en minoritarias ocasiones por televisión, en un edificio que pertenece a un banco que especula con la vivienda y, por tanto, la encarece por acaparar bienes de interés común.
Un pobre o asalariado sólo se vuelve fascista si desde la televisión le repiten hasta la saciedad que es mejor que otro ser humano porque se esfuerza y es blanco. El liberalismo económico necesita este perfil para tener esclavos en la cadena de producción más papistas que el Papa. El miedo, la belleza, las emociones, los éxitos que delatan a un ser humano siendo unos pésimos ganadores hacen el resto.
La modorra intelectual instalada en las nuevas generaciones acomodadas y sobreprotegidas son el caldo de cultivo perfecto para la anulación del concepto revolucionario. No ha habido filósofos sin curiosidad ni tampoco sin motivos para salir del hambre. Se han dado casos, véase a los cínicos, pero son minoritarios. Una Play, veinte euros en bolsillo, dos conciertos y ropa barata a mansalva. Morir de éxito para involucionar moralmente y no tocar nada.
Definitivamente, creo que es el síntoma de opulencia el que nos vuelve olvidadizos, perezosos intelectualmente y perversos. Olvidando de dónde venimos y cómo se han conseguido los logros. Involución en los Estados, regiones y ayuntamientos. Regresión sin titubeos.