He estado en la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre por su 50 aniversario y más que a los caballos, mi trastorno patológico por desgranar a la sociedad me ha llevado a analizar otros aspectos del evento. Es evidente que el caballo que aquí tenemos y su doma son universalmente envidiados, pero todo eso tiene un punto de fascinación por el poder. Hoy el público, incluso un esbirro le besó la mano, lo vi desde mi asiento, aplaudía y se regocijaba más con la figura del culto a un líder. No es más que un hombre pero es un mito pegado a un caballo. Don Álvaro Domecq Romero. Y digo don no porque yo le tenga aprecio, sólo porque allí era un mesías.
Tras leer La bodega de Blasco Ibáñez me fue imposible aplaudirle la primera vez que salió a la arena. Recordé aquella historia que mi abuelo Carlos con gran interés dejó en herencia en mi hogar materno. Ese libro ha marcado la vida de mi familia. Es más, Las sombras del vino, mi libro, no es más que un homenaje a todo aquel Jerez y su vino. Aparentemente yo tengo claro todo eso y presuponer que nadie de los que aplaudía con fervor se la haya leído es ser un poco ignorante. La masa jerezana e internacional, ensordecedoramente, llevó en volandas al amo de sus padres y abuelos. Al cacique y señorito cuyo nombre y marca paseó a Jerez por todo el mundo, casi como la Coca-Cola.
En estas me vi, también aplaudiendo, incluso con mi formación sobre ellos. Me embriagó la noche y la magnífica estética, su porte y su majestuoso caballo español. Escuelas de Viena, Portugal, Francia le hicieron un pasillo para que él como un centauro perfecto saludara a las autoridades y al respetable. Esa impresión me dio, que la gala estaba preconcebida para él, para casi su despedida. Para que el pueblo de Jerez, vestido mejor que en Ascot, hiciera el resto. Perdón, hiciéramos el resto.
Jerez está herido de clase, prestancia, saber estar, educación por lo inútil y la estética. Es una capital del mundo en cuanto a vinos y caballos se refiere. Pero hoy aplaudimos al amo. Maldita sea, qué difícil no embriagarse y sucumbir. Qué complicado lo tiene la izquierda en Jerez. Demasiado. Quizás en todos lados.