Cuando acaben las elecciones generales y los partidos no sepan con quién coaligarse, ellos volverán a salir en los medios.
No serán los indignados del 15M precisamente, sino los representantes de las distintas patronales, las fundaciones constitucionales y una miríada de ex-ministros bien situados en los consejos de administración de las mayores empresas.
Pedirán un gobierno de concentración, responsable, atento a los desafíos del futuro, a las exigencias de Europa y comprometido con la unidad de la nación.
Se firmarán manifiestos y se alentará el peligro del extremismo, el nacionalismo y el independentismo.
Como ya pasó durante el año 2016, la gran empresa emprenderá su 'política exterior' para 'retomar los consensos'. El mito de la incuestionable Eurozona se fundirá con el de la Inmaculada Transición y el partido que rechiste será tratado de traidor o antidemocrático.
En las sociedades existen mecanismos de control para que la cosa no se desmadre. Los 'excesos democráticos' erosionan la estabilidad de la propia democracia, una divertida paradoja de las formas actuales de dominación.
Votemos lo que votemos, existen cámaras superiores donde también se adoptan decisiones.
El 28 de abril no acaba todo, más bien al contrario.
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