Con los calores de agosto me acordé de él. Huyendo de ese día tórrido, de ese azul letanía que amenazaba fuego, me refugié en mi casa. Y hojeando algunos libros, con la indecisa intención de adentrarme en alguno de ellos, me tropecé con La segunda muerte de Ramón Mercader, el primer libro que leí de Semprún. Jorge Semprún fue Ministro de Cultura con Felipe González, entre el 89 y el 91 del siglo pasado. Socialdemócrata y europeísta convencido, azote de los totalitarismos, Felipe tuvo la feliz idea de nombrarlo ministro, a modo de homenaje a las gentes del exilio.
Cosas de la vida, el apartamento que puso a su disposición el Ministerio estaba situado frente a la casa de su infancia. Emocionante, sin duda, para un exiliado desde los trece años. En Federico Sánchez se despide de ustedes encontramos algunos retazos de esta emoción. Y, aunque parezca un digno corolario, y a fe mía que lo es, a una vida dedicada a la política, aunque no solo, este hombre había perdido todas sus guerras. Pero las luchó con ahínco, también, todas.
Burgués de nacimiento, hijo de un abogado y profesor de universidad, y nieto de Antonio Maura, la Guerra Civil española fue su primera derrota. Aquellas vacaciones estivales del 36, en Lekeitio, fueron las últimas, familiares, en España. De Lekeitio a Bayona, y un exilio para toda la vida.
La derrota de la República hizo imposible el soñado regreso. Y París fue su casa. Hizo el bachillerato en el prestigioso centro Henry IV. La Segunda Guerra Mundial le sorprendió estudiando Filosofía, se incorporó a la resistencia y con, apenas, 20 años fue detenido por la Gestapo; comenzó su segunda derrota: el campo de concentración. Pero también se cimenta su inquebrantable compromiso: la libertad.
En su novela El largo viaje nos cuenta el traslado, en tren, al campo del horror: Buchenwald. Dos años de espanto y de exterminio. Hablar alemán le salvó la vida. Su origen burgués, aya de la suiza alemana, lo puso en el camino de la supervivencia. Aquel domingo y Viviré con su nombre, morirá con el mío, son dos novelas de la memoria. Semprún luchaba contra el olvido.
El ejército de Patton liberó Buchenwald. Era 1945. Y de los dos primeros oficiales que llegaron al campo, uno era un teniente, americano, de origen alemán. Lo cuenta en La escritura o la vida y en el discurso de su última visita al territorio del humo y la barbarie. Tal vez, un minúsculo guiño de justicia poética.
La vuelta a la vida no fue fácil. Solo una cosa tuvo clara desde el principio: tenía que vivir. No escribiría, al menos inmediatamente (La escritura o la vida). Su madre, Susana Maura, siempre le dijo que sería presidente de la República o escritor, Ni lo uno ni lo otro, hasta aquel entonces. Lo cuenta en su hermoso libro de memorias Adiós luz de verano.
Tras la guerra se incorporó al Partido Comunista de España. Estalinista confeso, en aquel tiempo, Autobiografía de Federico Sánchez, evolucionó hacia posiciones más democráticas. Pero eso vendrá después. Su incorporación al comité central y al comité ejecutivo, lo convirtió, durante una época, en mano derecha de Carrillo. Y se encargó, durante casi diez año del partido en el interior. Las visitas y estancias, clandestinas claro, fueron muy frecuentes. El riesgo de esta actividad era evidente. Baste recordar que, su sucesor en esta responsabilidad, Julián Grimau, fue ejecutado por el régimen de Franco (1963).
Y es en este período cuando Jorge Semprún, el hombre sin nombre (Semprún, Federico Sánchez, Larrea, Gerard, etc.), disfruta, a pesar de todo, clandestinidad y riesgo, de Madrid y sus amigos. Domingo Dominguín, Javier Pradera, Hemingway, a veces, Múgica, etc.
Pero, hablando de derrotas, también perdió Semprún, la guerra del PCE. Junto a Claudín, y si mi memoria no me falla, fue expulsado del partido en 1964. Contrarios a la Huelga General Política (según la terminología de la época), partidarios de la alianza con la burguesía emergente, defensores de la democracia parlamentaria, fueron expulsados de la organización. Quizás, por adelantarse a su tiempo. Quince años después, el partido comunista abrazaría sus tesis.
Pero en este período final, de militancia comunista, ya había nacido el Semprún escritor. O mejor dicho, había vuelto. En su última estancia en el piso de Concepción Bahamonde, de la estructura clandestina del PCE en Madrid, había escrito el borrador de El largo viaje.
Había nacido el escritor de la memoria. El hombre que luchaba contra el olvido. Y también el novelista. Novelas de la memoria como las ya mencionadas El largo viaje, Aquel domingo, Viviré con su nombre, morirá con el mío, etc. Libros de memorias propiamente dichos como Autobiografía de Federico Sánchez, Federico Sánchez se despide de ustedes, La escritura o la vida, Adiós, luz de veranos.
Y novelas, más allá de la memoria, como La segunda muerte de Ramón Mercader, La montaña blanca, Netchaiev ha vuelto o Veinte años y un día (escrita en castellano, frente al resto de sus libros en los que se expresó en francés).
Y, como curiosidad, recordaré que Semprún estuvo, en algunas ocasiones, nominado a los Oscar como guionista. Guionista de fuste. Películas como La guerra ha terminado, de Alain Resnais, o Z, o La confesión, ambas de Costa Gavras, son un ejemplo de esto que digo.
Jorge Semprún. El hombre que perdió todas sus guerras, El hombre que las peleó hasta la extenuación. El hombre que se jugó la vida, en muchas ocasiones, en la defensa de sus ideas. Nos dejó un último legado. El hombre que no dejó de luchar, confesó, públicamente, con más de 80 años, que había perdido algunas de sus certidumbres, pero ninguna de sus ilusiones.
Los libros y el cien: guionista (La guerra ha terminado, de Alain Resnais; Z de Costa Gavras; La confesión de Costa Gavras, etc.), Netchaiev ha vuelto.
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