Hay dos hechos, dos decisiones políticas, en la historia reciente de Jerez que a mi entender han influido de manera muy determinante, y para mal, en el devenir de esta ciudad antigua. Dos decisiones que de haberse tomado de forma acertada habrían evitado el deterioro y ruina del casco histórico y el hundimiento del pequeño comercio del centro, que son, a mi entender, dos de los mayores problemas que lastran el desarrollo de la ciudad y condicionan la vida de los jerezanos. Los hechos a los que me refiero son la llegada a Jerez de El corte inglés, en 1983, y la construcción del campus universitario, en el año 2004.
Si en vez del segundo Hipercor de España, a las afueras de Jerez, se hubiera optado por la instalación de El Corte Inglés en el centro urbano —en su día se habló del Mamelón como lugar idóneo—, como el que se edificó en Sevilla a finales de los años 60 en la céntrica plaza del Duque, las consecuencias habrían sido enormemente positivas tanto para el pequeño comercio como para la revalorización del centro de la ciudad como zona residencial, tal y como sucedió en la ciudad hispalense. Pero se optó por crear una "milla de oro" en la prolongación del antiguo paseo de Capuchinos, apostándose así por el crecimiento horizontal de la ciudad —aquello fue solo el principio—, lo que fomenta el uso del vehículo privado y la proliferación de áreas comerciales en el extrarradio a costa del hundimiento del pequeño comercio y la despoblación del centro urbano.
También el campus universitario pudo haberse construido en los antiguos cuarteles de Tempul, en pleno barrio de Santiago, lo que habría hecho del casco histórico de la ciudad —San Mateo está a dos pasos— un lugar ideal para la alegre vida estudiantil, con demanda de viviendas de alquiler y de locales comerciales, lo cual habría evitado su ruina y, sobre todo, el ambiente desolado y triste que se respira en un entorno cada vez más degradado y tétrico, escenario ideal para rodar películas de terror.
Pero estos hechos hay que enmarcarlos en el desastroso modelo de ciudad que se decidió en las dos décadas finales del siglo XX, cuando el dinero público se gastaba alegremente y a espuertas (creo que no hace falta señalar a los responsables). Un modelo que ha hecho de Jerez una ciudad extensa y cara de mantener, con escaso ambiente urbano, ruinosa para el pequeño comercio e ideal para especuladores y para las grandes empresas comerciales del extrarradio, y en la que el casco histórico con todo su patrimonio, que es nuestra seña de identidad como urbe, se nos cae irremediablemente a pedazos.
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