Hace unos días el diario El País publicaba un somero reportaje sobre el abandono en que se encuentra el yacimiento arqueológico de Asta Regia, situado a pocos kilómetros de Jerez. No es ni mucho menos la primera vez que se denuncia públicamente este ejemplo de desidia y desprecio hacia nuestro patrimonio histórico y cultural, pero esta vez tiene la relevancia de aparecer en un medio de gran difusión y alcance nacional, para sonrojo de los jerezanos. El yacimiento ocupa una planicie elevada junto a la barriada rural de Mesas de Asta, y más allá de algunas catas realizadas a mediados del pasado siglo por don Manuel Esteve —fundador del Museo Arqueológico de Jerez—, que dejan ver estructuras edilicias de época ibero-romana, y el descubrimiento de la necrópolis en los años 90, la antigua ciudad permanece enterrada por el polvo de los siglos y arrasada cada año por el arado inmisericorde, ocultos sus secretos y tesoros bajo un dorado mar de trigo, al alcance de expoliadores aficionados y profesionales.
No es mi intención encomiar una vez más la importancia de la antigua ciudad de Asta —por encima de Baelo Claudia o de la mismísima Itálica—, de la que nos dejaron numerosas referencias escritas los más importantes geógrafos e historiadores romanos, y a la que se han referido en los tiempos actuales autores muy cualificados en asuntos arqueológicos. Doctores tiene la Iglesia. Tan solo pretendo poner en evidencia y lamentar la dejadez y la absoluta falta de interés que por temas como este muestran no ya nuestras autoridades —que también—, sino la población en general, que vive mayoritariamente de espaldas a la historia y a la cultura. De hecho, si visitamos otros yacimientos arqueológicos próximos a Jerez que sí han sido excavados, al menos en parte, como el de Carissa Aurelia o el de la sierra de Aznar, podemos hacerlo casi con la absoluta seguridad de que no nos vamos a encontrar allí con un jerezano ni por equivocación. Ahora sí: las ventas llenas.
Mientras los ciudadanos no decidamos salir del “modo reposo” serán los espabilados de turno y sus intereses mezquinos y egoístas los que nos sigan gobernando
Por otro lado, el estado de abandono en que se encuentra el yacimiento de Asta Regia, cuya excavación y estudio tantas luces podría aportar sobre nuestro pasado más remoto —desde los tiempos de Tartessos hasta la Edad Media—, por no hablar de los beneficios económicos que reportaría a la barriada aledaña en una provincia donde la economía gira cada vez más en torno al turismo, es equiparable al que sufre el mismo centro histórico de Jerez, que lleva décadas cayéndose a pedazos ante la indiferencia general. O el que padecen nuestros campos, hoy mayormente despoblados y que, salvo Agustín García Lázaro y algunos otros románticos, casi nadie conoce, con muchos cortijos desmoronándose y el espléndido paisaje de campiña en muchos casos sin un árbol ni una sombra, arrasado por el arado avaricioso.
Podemos cambiar de gobernantes y leyes cuanto se nos antoje, que para eso se convocan elecciones cada cuatro años, pero mientras los ciudadanos no decidamos salir del “modo reposo” en el que secularmente vivimos —en toda España, pero particularmente aquí en el sur—, para ser de una vez protagonistas de nuestro tiempo y de nuestro espacio, serán los espabilados de turno y sus intereses mezquinos y egoístas los que nos sigan gobernando, y sigan determinando la destrucción paulatina e inexorable de nuestro patrimonio y de nuestro paisaje.