Una de las circunstancias que hacen de España uno de los países más importantes y con más peso de la Unión Europea es su tamaño. Con algo más de medio millón de kilómetros cuadrados es el segundo país más grande de Europa occidental, por detrás solo de Francia. Pero la gran extensión de nuestra nación —al menos en comparación con las demás naciones europeas— se ve contrarrestada por la existencia de amplias zonas muy poco pobladas y escasamente productivas, debido a condicionantes naturales e históricos que sería largo de analizar. Lo cual hace de España un país de grandes contrastes, con regiones muy productivas y pobladas —el caso de Cataluña, País Vasco, Madrid, Valencia...— y otras muy despobladas —las dos Castilla, Extremadura, Aragón...— o poco productivas, en términos estrictamente económicos, como es el caso de Andalucía.
Esta falta de homogeneidad entre las diversas regiones hace de la solidaridad entre ellas uno de los valores fundamentales que ampara nuestra Constitución, en aras de sostener y preservar la igualdad de derechos y las mismas prestaciones sociales para todos los españoles con independencia de la región en la que vivan. Una solidaridad que es necesario defender, con todos los medios legales a nuestro alcance, frente al egoísmo de una parte de la población que habita en algunos de los territorios que todos los españoles, a lo largo de la Historia, hemos contribuido a hacer más ricos y productivos, donde precisamente ha germinado la simiente del separatismo insolidario.
Si nuestras leyes contemplaran el derecho de cualquier territorio a desgajarse del resto —como defiende una parte de la izquierda—, una tras otra las regiones más ricas —inficionadas por el virus nacionalista— irían abandonando esta gran entidad histórica y este proyecto de futuro llamado España. Y las regiones más pobres, abandonadas a su suerte con la solitaria e insuficiente fuerza de Madrid, serían incapaces de sostener los costosos servicios sociales que hoy disfrutamos —sanidad, educación, pensiones...— al tiempo que España, o lo que de ella quedase, pasaría a ser un estado irrelevante en el concierto de la Unión Europea. Porque digan lo que digan los menos dotados, claro que el tamaño importa
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