Algunos de los que éramos jóvenes en los años 70 pensábamos que el carácter minoritario que tenían muchos eventos culturales, como la Feria del Libro, era una consecuencia del modelo social y cultural que había implantado la dictadura. Un modelo que a las nuevas generaciones de entonces nos resultaba pacato y anacrónico y en consecuencia muy poco atractivo. En nuestra ingenuidad creíamos que si en España no se leía más era porque al Estado franquista no le interesaban ciudadanos cultivados y con espíritu crítico, pero que en cuanto se instaurara la democracia y se suprimiera la censura las librerías proliferarían como setas, y la Feria del Libro acabaría convirtiéndose si no en algo tan masivo como la del Caballo, al menos en una manifestación cívica y cultural de primer orden.
Pero ha pasado el tiempo y, como decía Gil de Biedma, "la realidad desagradable asoma". No solo la lectura sigue interesando solo a una minoría, sino que la Feria del Libro no se ha convertido ni mucho menos en ese acontecimiento esperado que debería contribuir cada año a la transformación cultural y al refinamiento de la ciudad. Es verdad que los libreros siguen saliendo a la calle, que los libros se venden con descuentos y que se programan algunas actividades culturales paralelas en el centro. Pero, con todo, su incidencia en la vida de la ciudad sigue siendo mínima, y el volumen de negocio es poco significativo.
Da gusto ver, en cambio, la transformación que vive la ciudad de Barcelona, y otras ciudades catalanas, cada 23 de abril, Día del Libro y también de Sant Jordi, su santo patrón. En esta región de España se ha asentado y popularizado la costumbre de regalar ese día libros y rosas, por lo que las calles del centro se llenan de tenderetes con libros y flores, y los vecinos participan masivamente en esa celebración de la cultura y del amor, para alegría de libreros y de floristas (pues, como diría un catalán castizo, "la pela es la pela"). No entiendo que una costumbre tan cívica y refinada —y tan hermosa— no haya sido ya copiada en el resto de España. A lo mejor por el simple hecho de tratarse de una costumbre catalana, lo que daría la razón a ese sector de la población de Cataluña que tiene la sensación de que en el resto de España no valoramos ni queremos nada que proceda de aquellas tierras, salvo el "caganer" de los belenes. O a lo peor porque somos tan brutos que los libros y las rosas nos siguen pareciendo a la mayoría una simple mariconada.
En el IES Sidón, de Medina Sidonia, hace años que implantamos esta preciosa costumbre. Con motivo del Día del Libro a los estudiantes que intercambian sus libros —no hay dinero de por medio— se les obsequia con un clavel, que es una flor como más andaluza y, sobre todo, más económica. La flor sirve además como distintivo que exhiben ese día con orgullo los alumnos enganchados a esta bendita droga que es la lectura, al tiempo que da juego a los escarceos amorosos propios de los adolescentes, y más en plena primavera.
No sé si obsequiar con una flor a quienes compren un libro, o fomentar el intercambio de libros y rosas como hacen los catalanes, serviría de reclamo en este día tan señalado. Estoy convencido de que sí. Pero sobre todo haría de la fiesta del libro un acontecimiento más sensual, colorista y delicado, y por unas horas tendríamos la sensación de vivir en una ciudad más refinada y culta. ¿Quién será el librero jerezano que dé el primer paso? ¿Habrá otros centros escolares en Jerez que se apunten a impulsar este cóctel cultural que consiste en combinar libros y flores?