Si los referéndum de autodeterminación que pretenden muchos catalanes y vascos sirvieran para acabar de una vez con la matraca nacionalista -que en el caso de los vascos ha ido mucho más allá del simple ruido-, yo sería el primero en apoyarlos. Los apoyaría a pesar de que me parece de capital importancia preservar la unidad de España por razones sentimentales, históricas, políticas, culturales y económicas (no entiendo que haya partidos que se dicen de izquierda y sin embargo defiendan el supuesto derecho de las regiones más ricas a separarse y desentenderse de las más pobres). Pero, con todo, mi paciencia tiene un límite, y en este tema reconozco que el límite ya ha sido ampliamente superado. No soporto más la cantinela nacionalista, ni la petulancia de sus líderes políticos a la hora de plantear sus exigencias; ni sus desprecios hacia quienes no somos de la tribu; ni el tono chulesco o plañidero -según convenga a la ocasión- en su permanente relación de agravios, ya sean ciertos o fingidos; ni su descarada manipulación y falseamiento de la Historia... ¡Qué cansinos! ¡Qué jartura! No lo soporto más.
Lo malo es que no solucionaría nada que un Gobierno irresponsable y suicida autorizara los dichosos referéndum a pesar de lo que dice la Constitución al respecto ("Artículo 2: La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles..."), sino que el problema se agravaría aún más. Veamos: supongamos que se convoca un referéndum en Cataluña en el que se le pregunta a los ciudadanos de aquella región si quieren o no seguir formando parte de España. En el mejor de los casos, si saliera que sí, que quieren seguir siendo españoles, nada cambiaría, pues los políticos nacionalistas, que no creo que tengan intención de apuntarse al paro, y con lo bien que viven alentando la inquina contra el resto de España, seguirían con la matraca de los agravios, los desprecios, las pitadas al himno nacional, las guerrillas de banderas... hasta conseguir un nuevo referéndum. Y otro, y otro... y así hasta que la gente, por hartura o convencimiento, acabara dándoles la razón. Entonces ya sí que no habría más referéndum... en Cataluña. Porque si se le autoriza a los catalanes ¿qué razones ni fuerza moral tendría el Gobierno para negárselo a vascos, gallegos, navarros, valencianos, baleáricos, murcianos... o a los villaluenguenses (que es el gentilicio de Villaluenga del Rosario)? Qué entretenidos íbamos a estar -como durante la Primera República- con todas las regiones españolas -perdón, naciones debí decir- organizando referéndum hasta que alguna o todas consiguieran el único resultado que se pretende al convocarlos.
Ahora supongamos que en el hipotético referéndum los ciudadanos catalanes decidieran por mayoría dejar de formar parte de España. ¡Bien! diríamos los hastiados. Que se vayan de una vez a condición de que dejen de dar la matraca para siempre. ¡Qué alivio! Pero, no. Tampoco se acabaría el problema sino que se agravaría, ya que el siguiente paso de los nacionalistas una vez conseguida la independencia -como ya lo han planteado abiertamente-, sería conseguir la incorporación de Valencia, Baleares, la franja de Aragón y las tierras catalanas del sur de Francia -"els Països Catalans"-, lo cual originaría un conflicto ya de carácter internacional entre Estados independientes -uno en fase expansiva y el otro en descomposición-, y, lo que es peor, seguiríamos teniendo a los nacionalistas catalanes hasta en la sopa, ahora reclamando la incorporación de otras regiones, con su insufrible relación de agravios, sus desprecios, su tono plañidero o chulesco... mas con ejército propio. Y lo mismo harían los nacionalistas vascos con sus reclamaciones sobre Navarra, el Condado de Treviño (Burgos), el valle de Villaverde (Cantabria) y los territorios vascos del sur de Francia, hasta construir la gran Euskal Herria que ya representa en sus mapas del tiempo la televisión vasca, brazo propagandístico del nacionalismo.
En conclusión: dado que convocar referéndum de autodeterminación -más allá de que sean abiertamente inconstitucionales- no serviría para librarnos de la insufrible cantinela nacionalista fuera cual fuese el resultado, sino que incluso agravaría el problema, solo nos queda responderles recurriendo a la gran aportación política del defenestrado Pedro Sánchez, su frase lapidaria que quedará para siempre en los anales de la Historia: "No es no. ¿Qué parte del "no" no han entendido?".