Hace algunos años que dejé de ir a la Fiesta de la Bulería. Y no es que el flamenco dejara repentinamente de gustarme e interesarme. En absoluto. Pero en concreto la Fiesta de la Bulería dejó de atraerme yo creo que debido a un cúmulo de circunstancias. La primera, que ya no resisto los macrofestivales. Más de cinco o seis horas continuadas de flamenco en una silla incómoda o en un graderío de hormigón me resultan más que excesivas, insoportables (cosas de la edad, supongo). La segunda, que en la plaza de toros -con una acústica llena de ecos indeseables- cada vez resultaba más difícil escuchar el cante, dado que una parte significativa del público iba más que nada a beber, a comer y a charlar, faltando muchas veces al respeto que se le debe a los artistas, y eso, en la cuna del cante, me pone de los nervios. Y la tercera, que la desaparición paulatina de tan grandes figuras como Rubichi, el Torta, Luis de la Pica, Moraíto, Terremoto hijo, Agujetas... ha supuesto que en los últimos tiempos acuda a los espectáculos flamencos con falta de ilusión, envuelto en un sentimiento de nostalgia y tristeza.
Pero este año el cambio de formato y de ubicación, así como las comentarios favorables que de los dos primeros espectáculos me hicieron aficionados cabales y de confianza, me animaron a asistir al tercero y último, el del pasado sábado 3 de septiembre. Y no me arrepentí de ir -a pesar de los 20 eurazos de la entrada- porque al poco de acceder al recinto habilitado junto a los muros del Alcázar, mis murrias se empezaron a disipar como por encantamiento al compás de las bulerías y de los otros muchos cantes grandes que allí pudimos escuchar. En definitiva, que disfruté de una gran noche flamenca. Muy bien los artistas y el público -sobre todo una señora que se pasó la noche diciéndome cosas bonitas, jeje...-, y muy apropiado el lugar, mucho más que la plaza de toros en una ciudad que pretende seguir siendo cátedra y catedral del flamenco.
Un cuadro flamenco como el que abrió el espectáculo -'Arte añejo'- me parece obligado en una cita como esta de la Fiesta de la Bulería, siempre que esté formado -como es el caso- por artistas más o menos profesionales pero todos con marcada personalidad, y que son portadores del sabor -o mejor, de los sabores- de nuestra tierra, como el que destilaron con su baile esencial y lleno de gracia Tía Yoya y Tía Currita, o los cantes de Paco Gasolina y Benito Peña. En general todos los miembros del cuadro estuvieron a un gran nivel.
Me encantó David Lagos, que estuvo a punto de montar un alboroto, tal fue su conexión con el público. Se trata de un artista de enorme sabiduría flamenca y que creo que ha alcanzado su punto de madurez. Hay que agradecerle su afán por recuperar palos que hoy están prácticamente en desuso, como la caña o las marianas, y la recreación tan personal que de todos los cantes hace. Muy bien también Melchora Ortega, todo temperamento y compás. Fantástica también Mercedes Ruíz, siempre elegante en su baile y plena de recursos (y muy destacables los cantes para el baile y la personalidad de David Carpio). Y qué decir de Jesús Méndez, sin duda una de las grandes figuras del cante de Jerez, digno sucesor de los grandísimos cantaores que en los últimos años nos han dejado, y que con sus cantes sin micro -como remate de una gran actuación- produjo un alboroto de emociones en un público entregado. Mención especial también merecen los guitarristas Santiago Lara y Diego del Morao, que estuvieron sencillamente enormes. ¡Qué nivel, Dios mío!
El espectáculo estuvo dedicado a Lola Flores, a la que los artistas hicieron destacados guiños, y dado el magnífico nivel de sus actuaciones, podría decirse que el genio de La Faraona sobrevoló la noche jerezana y se reencarnó en cada uno de ellos.
En cuanto a la organización, me parece estupendo que el servicio de bar quede fuera del recinto -a la Fiesta de la Bulería se va a escuchar-, facilitando, como se hace, la salida y reingreso del público que quiera adquirir alguna consumición. Buena idea la de colocar una gran pantalla al fondo del escenario, que permite primerísimos planos de los artistas que refuerzan el espectáculo (lo que no me parece de recibo es que, por causa del viento, se procediera a bajarla, con gran estrépito de cadenas, justo cuando David Lagos interpretaba su laureado cante por mineras. Un respeto, por Dios). Sí debería mejorarse en sucesivas ediciones el vallado del recinto, que resulta un tanto cutre. Pero por lo demás, el lugar me parece mucho más apropiado y digno que la plaza de toros para un festival que es -y debe serlo aún más- un referente nacional e internacional de Jerez y del flamenco. Y, por último, felicitar también a Fermín Lobatón, un presentador que sabe muy bien lo que dice, de quién lo dice y cómo lo dice.
En definitiva, que me parece que esta edición podría suponer un punto de inflexión para una fiesta que, en mi opinión, estaba en franca decadencia.
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