El día que los asesinos de ETA secuestraron a Miguel Ángel Blanco —hace ya 20 años— yo pasaba las vacaciones, en compañía de mis hijos, por entonces aún muy pequeños, en una zona residencial próxima a Chiclana. La urbanización contaba con piscina privada donde encontrábamos refugio los días de levante, y donde mis hijos, junto a otros niños, participaban en un cursillo de natación. Entre otros chavales, había un grupo de niños vascos a quienes sus padres daban sonoras y ostentosas voces en eusquera, aunque luego en la intimidad, como pude comprobar, hablaban en castellano.
Tras la noticia del secuestro del concejal vasco algunos veraneantes nos movilizamos y pusimos a disposición de todos los residentes, imitando lo que se hacía en el resto de España, lazos azules con que manifestar nuestro rechazo a la banda terrorista y nuestro apoyo al joven político secuestrado. Desde aquel momento prácticamente todos los veraneantes llevábamos prendidos de nuestras camisetas veraniegas dichos lazos azules... salvo aquellas dos familias vascas, que los rechazaron de manera expresa. Aquel día consideré que mis hijos no debían juntarse con aquellos niños cuyos padres se negaban a condenar el secuestro y posterior asesinato de un joven de su tierra, por lo que dejaron de participar en el cursillo de natación, en el que al final solo quedaron los cuatro niños vascos.
Me ha llamado positivamente la atención la decidida campaña que la ciudadanía de Pamplona, encabezada por sus actuales dirigentes políticos, ha emprendido contra las agresiones sexuales en las fiestas de San Fermín. Para ello, aparte de numerosos mensajes publicitarios institucionales, se ha redoblado la vigilancia policial con el beneplácito de todos, instalándose incluso nuevas cámaras ocultas por muchos rincones de la ciudad, y se han puesto a disposición de los ciudadanos teléfonos y aplicaciones de móvil para que a través de ellos se denuncie en el acto cualquier conato de agresión de carácter sexual.
El celo de la sociedad vasco-navarra contra la violencia machista me parece estupendo, pero no conseguirá lavar la imagen de una sociedad que no se movilizó de forma decidida contra el terrorismo de ETA
Pero me parece muy lamentable que este encomiable celo contra la violencia machista haya brillado y brille por su ausencia cuando las agresiones se cometían, y aún hoy se cometen —como la de los guardias civiles en Alsasua— en nombre del separatismo vasco. De haber reaccionado la sociedad vasco-navarra de manera tan decidida contra el terrorismo separatista, hace ya muchos años que ETA habría sido derrotada y no se habría cobrado casi mil víctimas inocentes. Pero los asesinos de ETA y sus secuaces siempre contaron, y aún hoy cuentan, con el apoyo de una parte de la ciudadanía y, lo que es peor, con la indiferencia, cuando no con la comprensión, de gran parte del resto, que durante todos los años de terror se han limitado a condenarlo con calculada ambigüedad cuando no a mirar para otro lado.
El celo de la sociedad vasco-navarra contra la violencia machista me parece estupendo, pero no conseguirá lavar la imagen de una sociedad que en su día no se movilizó de forma decidida y mayoritaria, como ahora lo hace, contra el terrorismo de ETA, y que consintió, por activa o por pasiva, el asesinato de centenares de personas inocentes. Una sociedad cuyos dirigentes políticos -al menos algunos de ellos- se aprestan hoy, con total desvergüenza, a intentar recoger en forma de demandas políticas las nueces caídas —derribadas— por décadas de terror alentado por unos, consentido por otros, y al que solo una minoría se enfrentó abierta y valientemente jugándose la vida y, en muchos casos, perdiéndola.
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