Las enormes subvenciones que el Ayuntamiento de Jerez está dando a instituciones religiosas estos últimos días, comprometiendo al nuevo gobierno municipal que se constituya dentro de dos meses, sólo se pueden entender desde la intencionalidad política. El voto cristiano, o mejor dicho, el voto cofrade -una ‘especialidad’ dentro del variopinto cristianismo- es muy suculento para los partidos políticos que han sabido verlo, porque todos no lo ven.
Estas ayudas económicas serán legales. Pero no son morales ni con una mentalidad laica, y ni mucho menos con una mentalidad cristiana. Con una mentalidad laica, no se puede comprender como con dinero público se esté ayudando a una entidad privada -la iglesia, en su ‘especialidad’ de las hermandades andaluzas-, cuando debería ser la misma Iglesia la que se autofinancie a ser una entidad privada. En todo caso, sería discutible ayudar a ésta en la labor social que hacen, dígase Cáritas, pero eso se puede entender.
Pero no para arreglar un edificio que no es patrimonio público. Con una mentalidad cristiana, el asunto llega al disparate antievangélico y al pecado mortal. ¿Cómo dar dinero público a una entidad religiosa que se lo gastará en arreglar ‘su casa’ mientra sus miembros, ‘los habitantes de la casa’ -los pobres, los más queridos por Jesús dentro de la Iglesia y fuera de ella- están pasando hambre y necesidad? No hace falta recordar la situación económica de esta ciudad con más de treinta mil parados. Las obras pueden esperar. El pan, no.
Pero hay una estrategia política también y que suele surgir efecto sobre todo por los partidos de la izquierda. Estos criticarán, y no les falta razón, estas medidas económicas de subvenciones religiosas, pero caerán en el error -siempre caen- de además de criticar las medidas, criticar a las hermandades. Y ahí está la madre del cordero. Criticar a las hermandades es criticar a las personas que las forman, muchas, miles. La mayoría de ella no están en las juntas de hermandades y no salen en las fotos. Únicamente, se verán sus siluetas con las caras tapadas en las procesiones. Miles de personas, la mayoría trabajadores y trabajadoras, de clase humilde o media, cuyo voto muy posiblemente oscila entre el centro y la izquierda, pero que por una sóla crítica a su imagen titular, o a su hermandad, que la quieren tanto con todo el derecho del mundo, puede hacer cambiar un voto. Atentos a esto, aquí está la madre del cordero. Es una buena jugada política que la izquierda no debe errar, ni por supuesto olvidar o despistarse por muchas olas distrayentes que vengan de la playa del González Hontoria.