El tsunami va a llegar

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Fundador y Director General de ComunicaSur Media, empresa editora de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero'.

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“Ha dejado de ser masoquista: gozaba demasiado”. Fernando Arrabal.

El tsunami, como el milenarismo, va a llegar. Mientras en los cines se exhibe un documental de catástrofes sobre cómo esa ‘gran ola’ puede arremeter en cualquier momento contra nuestra costa —eso al menos opinan los expertos en la materia—, cerramos en El Tercer Puente —por lo que pueda pasar— la trilogía de artículos que hablan de esa relación rollo guerra de los Rose que mantienen —o la hacen mantener— desde tiempo inmemorial Cádiz y Jerez. Trilogía, en paralelo, qué pretende ofrecer claves sobre qué podríamos hacer para intentar ponernos a cubierto, teniendo en cuenta los nubarrones que llevan tanto tiempo cerniéndose sobre ambas ciudades.

Vale, hemos tocado fondo. De acuerdo, estamos a la cola de todo. Vale, dicen que la pareja no se lleva bien y que no hay más salida que el divorcio. Cada uno por su lado y que su mala suerte les acompañe ad eternum. Ya estigmatizó el New York Times hace unos años con aquel titular, Cádiz, paro sin dolor. Es como si te arrasara un tsunami, pero haciéndote creer que sigues vivo. Lo han conseguido, nos lo hemos tragado. ¿Nos conformamos con eso y seguimos dejándolo todo a la deriva? Ahogados por la precariedad, anegados por la desertización industrial, sumergidos en la economía en b, más valdría irnos acostumbrando a la convivencia, a construir juntos, al diálogo sano y a la lealtad en pareja si queremos alguna vez sacar la cabeza del agua. ¿Queremos?

Dicen que hay que hacer provincia los mismos que luego se dedican a las maniobras orquestales en la oscuridad para tejer división. Sostienen que hay que crear un núcleo metropolitano estructurado y potente quienes luego hacen sus componendas territoriales en función de sus intereses partidistas. Compartimos puerto, aeropuerto, autovías, alta velocidad (o velocidad alta), zonas francas, centros logísticos, una universidad pública, centros tecnológicos… Hay suelo, mucho suelo. Aunque la capital sea una ínsula y aunque Jerez, durante demasiado tiempo, también lo fuese a su manera, ¿no ha llegado ya la hora de derribar esa frontera imaginaria? Tenemos talento, pero hace falta más talante. Hay playas, montañas, patrimonio, historia, tradiciones, materias primas, parques naturales, un gran río, gastronomía, vino… Hay sol, muchísimo sol. ¿Qué nos falta? ¿Creérnoslo? ¿Qué alguien crea en este potencial? “Tenemos mucho potencial”, nos machacan una y otra vez esos del verbo políticamente correcto. Retórica vacía. Lo harán para justificar su inoperancia, pues siempre repiten lo mismo como cacatúas. Estamos ante otra de esas afirmaciones que, por manidas, suenan ya huecas y huelen a cuarto con humedad.

“Hagamos provincia, tenemos mucho potencial”. ¿Cuánto tiempo llevan oyéndolo? Lo dicen a uno y a otro lado, a izquierda y a derecha, indistintamente. ¿Qué ha pasado tras décadas de restauración democrática? ¿Qué ha sucedido tras cerros de millones de euros en fondos europeos, fondos que eran para cooperación y desarrollo? ¿Coopera…qué? ¿Desarro…qué? ¿A dónde nos han llevado todos estos? Vale, estamos ahogados. Va a costar sacar la cabeza. O puede que no lo saquemos nunca. ¿Qué se hace cuando ya está todo perdido? Sostienen los especialistas que reconstruir desde cero. Es más caro rehabilitar que construir nueva planta. I+D+i… qué bonito nombre tienes. Vamos a reinventarnos. Ya toca. Pudimos y ahora no habrá más remedio que poder. ¿Queremos?

Periodismo-ficción: llega un crucero repleto de turistas hasta el techo. Se bajan en el Puerto de Cádiz. Pasan el día de compras en el casco viejo. Luego se montan en autobús y se van a Jerez a visitar la Real Escuela del Arte Ecuestre o alguna bodega centenaria. Llega un avión de alemanes a Jerez. Se bajan en La Parra. Pasan el día de compras en el centro histórico. Luego se montan en un autobús y se van a Cádiz a visitar el milenario Teatro Romano o La Caleta. Llegan mercancías al Puerto de Cádiz que se distribuyen desde la Ciudad del Transporte de Jerez por vía férrea. Hay avances en la industria aeronáutica, en los astilleros, en el enoturismo, en la transformación agroindustrial, en las industrias culturales que ambas ciudades comparten, conectadas por otras bellas y pujantes ciudades que suman en torno a 650.000 habitantes. Retornan los cerebros fugados, se premia la innovación, se asciende por meritocracia, se valora a los expertos y a los experimentados, se abandonan los contratitos de tapadillo, las horas extra no pagadas, el neoesclavismo del siglo XXI, se pone coto a la endogamia, al chanchulleo y a los vicios inconfesables. Los fondos públicos son sagrados y transparentes y se reparten bajo el estricto corsé del interés general.

Todo esto que suena a novela de Philip K. Dick podría hacerse realidad. No es ciencia-ficción, créanme. Seguro que cualquier persona sensata coincide en que todo esto es lo que debería de ser si queremos seguir siendo. Todo eso que nos haría falta cuanto antes para empezar la remontada urgente que necesitamos. Pero no es. ¿Por qué? ¿Sueñan los gaditanos con ovejas eléctricas? ¿Nos ha devastado ya el tsunami y no nos hemos dado cuenta, de tan masocas que somos? ¿Ha sido una guerra nuclear la que ha matado a la mayoría de cabezas pensantes y convivimos entre animales electrónicos, incapaces de tener horizonte más allá de sus ombligos? ¿Es que nos hemos vuelto androides y somos incapaces de reaccionar? ¿El futuro era esto? “¡Emigra o degenera! ¡Elige!”. Permítanme que no me conforme con eso.

Este artículo se publicó originalmente el 14 de abril de 2017 en El Tercer Puente. Pincha aquí para ir al enlace original.

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