Sabemos cuánto cuenta la imagen en la tecno-sociedad actual, y más aún en periodo electoral. Pero lo que no sabemos todavía es ver objetivamente las imágenes. Como dijo John Berger, lo que vemos y lo que miramos casi nunca se corresponde. Dicho de otro modo, vemos lo que creemos (o queremos) ver. Vemos cada tarde el sol descender y ocultarse tras la línea del horizonte a pesar de que sabemos que el sol no se mueve, sino la Tierra y nosotros con ella.
Miramos el rostro de un político en un cartel electoral y vemos lo que esa persona es capaz de hacer por nosotros o para nosotros en el presente, sin recordar su historial de acciones y de omisiones y sin recapacitar en lo que él conseguirá de nosotros a cambio.
Leemos, en los carteles que ahora inundan nuestra ciudad, frases como “Vamos”, sin preguntarnos quiénes van, creyendo ingenuamente que nosotros estamos incluidos en esa primera persona del plural de un verbo que en realidad no es un verbo, sino la imagen de un verbo.
Tampoco nos preguntamos, cuando vemos en aquel otro cartel el eslogan “Valor seguro”, qué significan realmente esas palabras reconfortantes. ¿Se está hablando en términos de ética o de economía? Creemos, ingenuamente, entender el significado de la palabra “seguro”, y pensamos, aunque en ninguna parte está especificado, que sea lo que sea ese “valor” será seguro para nosotros como observadores y no para el señor que aparece en la imagen.
La imagen de un cazador aguerrido con su escopeta en ristre nos hace posicionarnos del lado del hombre, sin darnos cuenta de que, como observadores, estamos tan desarmados como el animal. No vemos que nosotros mismos podemos ser el blanco de tiro.
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