Resumo hoy aquí para mis lectores un artículo[1] que ha caído entre mis manos, firmado por la filósofa y politóloga belga Chantal Mouffe, acerca del concepto de “democracia radical”. Aunque el artículo no es reciente (publicado en 2010), puede tener mucha actualidad en nuestro contexto presente próximo a la enésima convocatoria de elecciones generales.
Mouffe defiende la idea de que siempre es posible cambiar las cosas políticamente y modificar las relaciones de poder vigentes con el fin de adaptarlas a los nuevos tiempos o, en definitiva, de sustituirlas por otras tal vez mejores. Estas nuevas relaciones, además de ser posibles, tienen la ventaja de que no necesitan destruir lo existente ni tampoco partir de cero, sino simplemente recuperar aquellos principios de igualdad y libertad proclamados que todavía no (o ya no) están siendo aplicados efectivamente por las democracias liberales modernas.
En el artículo citado, Mouffe desarrolla el modelo de "pluralismo agonista" (que ya abordó en algunos de sus libros anteriores: The Democratic Paradox, Londres: Verso, 2000 y On the Political, Abingdon – Nueva York: Routledge, 2005). Este modelo se basa en la premisa de la distinción neta entre las categorías de enemigo y oponente.
Aplicado a la política, el pluralismo agonista significa que el partido en la oposición no será considerado como un enemigo al que derrotar sino como un oponente cuya existencia es legítima. El partido dominante podrá defender vigorosamente sus ideas y su programa (cuando los tenga), pero nunca impedirá a la oposición ejercer su derecho a defender las ideas propias y nunca cuestionará la legitimidad del programa del partido oponente.
Mouffe precisa, en este punto de su razonamiento, que la categoría del enemigo no desaparece como tal, sino que está constituida por un Ellos (Quienes no respetan los principios democráticos básicos de igualdad y libertad) frente a un Nosotros (grupos que, aunque opuestos, no cuestionan los principios de la democracia pluralista).
Ilustración de Miguel Parra.
Partiendo de tal distinción entre antagonismo (relación entre enemigos) y agonismo (relación entre opuestos no enemigos), Mouffe defiende la idea de que la confrontación agonista, lejos de representar un peligro para la democracia es, en realidad, la condición óptima para la existencia de una democracia auténtica, radical.
La democracia radical implica perseguir ciertas formas de consenso, pero garantizando que pueda ocurrir una cierta discordia o conflicto, de tal manera que los ciudadanos tengan la oportunidad de elegir entre alternativas reales.
Mouffe explica que todo orden social tiene un origen político hegemónico, basado en prácticas coyunturales (revisables) que, en un momento dado, en un lugar determinado, se establecieron como permanentes y fueron tratadas, a continuación, como procedentes de un orden natural. Pese a todo, insiste Mouffe, el orden social siempre podría haber sido y aún puede ser diferente, en tanto que se estableció desde su origen a partir de la exclusión de otras posibilidades.
Así, el hecho de que cualquier orden social, en algún momento dado (como ocurre hoy en España), se pretenda imponer como "natural", apelando al "sentido común", se debe a una práctica hegemónica antagónica de sedación y aniquilación del opuesto. En democracia, el orden social nunca es la manifestación de un orden natural, sino el resultado de un acuerdo humano, circunstancial, discutible. El orden social basado en antagonismos siempre puede ser desarticulado y transformado en otro orden diferente, sostenido por una dinámica agonista.
Lo que está en juego en la dinámica agonista, aclara Mouffe, es la configuración misma de las relaciones de poder que estructuran el orden social hegemónico. En una confrontación agonista, los proyectos opuestos nunca pueden ser reconciliados racionalmente, sino simplemente aceptados en un régimen que promueva la tolerancia y la cohabitación de estos.
En lo que respecta al espacio público, lejos de imaginarlo como un terreno privilegiado para la búsqueda del consenso, Mouffe lo ve como el espacio donde los proyectos opuestos pueden y deben chocar, sin ninguna posibilidad de reconciliación, ya que toda forma de consenso en política implica la perpetuación de una determinada hegemonía.
La idea de una identidad que sería la apropiada para un pueblo (¿la marca España?) y que debería servir como punto de partida para la puesta en marcha de políticas democráticas, debe ser reemplazada por la idea de la aceptación de una multiplicidad de identidades que cohabitan en un espacio agonista, pese a que ello pueda abrir camino a la emancipación de una determinada colectividad.
Lo importante, para Mouffe, es garantizar la expresión de la pluralidad y evitar cualquier proceso intolerante de castigo, interrogatorio, culpabilización o intimidación del oponente.
Mouffe aboga por una radicalización de la democracia mediante el desarrollo de un nuevo espíritu democrático entre los ciudadanos basado en el compromiso permanente con una dinámica agonista que haga que todos los intentos de cerrar los debates y aplastar al oponente sean vanos, cuando no imposibles.
[1] Mouffe, Chantal. « Politique et agonisme », Rue Descartes, vol. 67, no. 1, 2010, pp. 18-24.
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