Esta ilustración de Miguel Parra muestra una escena de la vida cotidiana de un especulador, con todos los atributos de esa clase social minoritaria que acumula formas de poder y que exhibe sin complejos su inmoralidad.
En la imagen vemos que, sobre una nariz larga de mentiroso compulsivo, el especulador tiene distintos rostros preconstruidos, cada uno especializado en la consecución de un determinado fin. Es una figura solitaria conectada a través su smartphone de última generación con otras figuras solitarias con las que comparte hábitos semejantes, tales como beber café para mantenerse permanentemente vigilantes desde su atalaya.
El gesto de sus manos muestra la ambigüedad de una actividad profesional basada en el conflicto entre la avaricia y el ahorro.
El especulador no cree que su actividad esté destinada a satisfacer intereses deshonestos o egoístas, sino que, al contrario, gracias a los riesgos que él asume, la máquina capitalista continúa generando riqueza, evitando la recesión y las consiguientes miserias. Él sabe que hay especuladores tramposos, pero tiene la convicción de que son casos aislados. Digan lo que digan la gente ignorante y los medios manipuladores, la economía mundial no es un casino; su trabajo se basa en acuerdos transparentes obtenidos tras diálogos y negociaciones con los restantes actores del mercado, en un clima de confianza mutua.
De hecho, el especulador cree que presta un servicio muy valioso a toda la economía, sobre todo en tiempos de crisis económica como los actuales, cuando hay más vendedores que compradores. Él no piensa que su actividad pueda poner en peligro un país o incluso el mundo entero.
Por otra parte, el especulador sabe que hay gente pobre, pero se extraña mucho y cree que tal vez sea por pereza, pues piensa que cualquier buena persona que haya podido ahorrar algo de dinero puede ponerlo en el mercado de valores y conseguir que este aumente. Claro que el especulador ignora que ahorrar es un verbo que casi nadie consigue conjugar en primera persona, por mucho que estudie y que lo intente cada día.