Una mujer haciéndole una foto a la bola de la plaza Belén. FOTO: MANU GARCÍA.
Una mujer haciéndole una foto a la bola de la plaza Belén. FOTO: MANU GARCÍA.

En estas fechas de celebración de la Natividad, conviene recordar la historia de la palabra nativo, que pasó de significar, en la Edad Media, "persona nacida en cautiverio" a utilizarse despectivamente como sinónimo de “lugareño” y, desde mediados del siglo 17, a calificar a los habitantes originales de naciones no europeas donde los europeos tienen poder económico y político (por ejemplo, a los indios americanos).

Teniendo en cuenta lo anterior, podemos preguntarnos qué tipo de nativo fue Jesús, nacido en un pesebre de Belén. Y si, como cabe anhelar, el mesías regresase en estos tiempos marcados por las nuevas tecnologías de la comunicación, ¿deberíamos considerarlo un nativo digital? La pregunta no es baladí, pues de ello dependería suponer cómo hablaría y de qué manera volvería a pescar hombres y mujeres.

Aunque parece no haber consenso de carácter científico a la hora de admitir, hoy en día, la existencia de “nativos digitales” (el término fue acuñado por Prensky [1] en 2001) ni, por lo tanto, de una lengua, una cultura y una conciencia digitales, lo cierto es que hablamos digital todos los días. La lengua digital se va imponiendo poco a poco como lengua dominante mano a mano con el inglés comercial enriquecido con elementos de otros códigos semióticos, con nuevas normas basadas en su propia lógica de uso, con un nuevo sistema de interpretación y, en fin, con nuevas textualidades [2].

Las pantallas son un territorio no sólo por el que navegar, sino donde vivir y experimentar con los cinco sentidos. Y así, en el orden del ciberespacio, muchos internautas se denominan a sí mismos nativos o indígenas digitales, constituyendo una nueva comunidad étnica más o menos ajena a las fronteras territoriales y culturales del mundo físico. Basta navegar un poco por internet para encontrar numerosos ejemplos de perfiles de individuos y asociaciones que dicen explícitamente su pertenencia a tal nueva etnia.

La conciencia del origen digital se manifiesta a través de las expresiones que usan los propios internautas para describir quiénes son y qué hacen cuando (se) comunican por ordenador o por otros dispositivos interconectados. Las posturas en este sentido parecen oscilar entre, por un lado, la de los Techies(apasionados por la tecnología) o de los Tech-savvy(expertos en tecnología moderna, especialmente en ordenadores), para quienes lo digital es una competencia profesional, además de un tema favorito de conversación y, por otro lado, la de aquellos para quienes lo digital es un rasgo esencial o una necesidad vital. Para estos últimos, ser nativo digital va más allá de saber usar las tecnologías de la información y la comunicación y de saber hablar de ellas: es, ante todo, pasar la mayor parte del tiempo conectado a internet, hasta el punto de identificarse con la máquina, o incluso de ser directamente un bot, como en el caso de una de mis seguidoras que se hace llamar @linguomatic, y me mandó un mensaje por privado explicándome que se encontraba “un poco perdida” y preguntándome cómo me va.

La interacción con la máquina es compleja, pues la máquina no es solo un objeto mediador que posibilita la búsqueda de información y la comunicación a distancia entre individuos, sino que es también fuente de un nuevo real (la realidad virtual, el ciberespacio), además de poder funcionar como interlocutor, colaborando en la realización de tareas solicitadas por el hablante digital. Comunicar por ordenador implica “utilizar” la máquina, más que simplemente usarla, es decir, implica construir un conjunto de interacciones a modo de interfaz entre los sujetos, la máquina y la sociedad. Y sabemos que, en todo caso, el manejo no es mecánico, sino que requiere un proceso adaptativo constante en ambos sentidos: del humano respecto a la máquina y de la máquina (el diseño y las propiedades de esta) respecto a las necesidades e intenciones de los humanos.

En tal proceso de ajuste, al igual que ocurre en las interacciones comunes fuera del ciberespacio, las competencias y, por tanto, la probabilidad de éxito de la interacción, varían en función de las categorías socioculturales y profesionales de los hablantes. En efecto, algunos autores puntualizan que la familiaridad actual con las máquinas no es sinónimo de apropiación real de las competencias digitales. Y así, podemos distinguir a los expertos digitales innatos de los “nativos digitales ingenuos” o usuarios que usan la tecnología frecuentemente, pero en un espectro muy limitado y con un grado de autonomía relativa debido a su escasa cultura digital pese a haber nacido y crecido en un entorno tecnologizado.

En consecuencia, parece que la identidad digital implica no solo vivir e interactuar en un entorno digital, sino también poseer una cultura digital y una disposición y capacidad de aprendizaje para apropiarse la lengua digital. Hablar digital no es tanto usar una lengua diferente como transformar las prácticas comunicativas construyendo nuevas significaciones sociales, nuevas metáforas y nuevos mitos, hasta el punto, en fin, de dar lugar a lo que hoy conocemos como una cultura “característica de internet”, con su propio patrimonio, y sus “posibilidades inéditas de experimentación de la identidad”, tal como reconoce la UNESCO en su informe mundial Hacia las sociedades del conocimientode 2005.

En efecto, la lengua digital, atravesando las distintas lenguas y culturas previamente existentes, se han demostrado capaces de construir su propio patrimonio, el patrimonio cibercultural, cuyos archivos (en el sentido foucaultiano) sustituyen lo escrito y lo oral por los nuevos registros del con(pu)tar a través de ordenadores, teléfonos o tabletas.

Esta cibercultura ya no es una mera masa de información, sino una amalgama de conocimientos adquiridos, de un tecnoimaginario (Georges Balandier Le Détour : Pouvoir et modernité, Fayard 1985) y de una memoria que se fabrica día a día con los discursos producidos y encontrados en la red, a la que se añade un saber hacer informático, mediático, personal, relacional y profesional. La cibercultura configura nuestro estilo de vida contemporáneo, nuestras organizaciones personales, familiares o profesionales, dentro y fuera de la red, en un gran proceso de “conversión digital” (Milad Doueihi, La grande conversión numérique, Seuil 2008), determinando nuestra relación con nosotros mismos, con el tiempo, con el territorio y con la sociedad.

Lejos de servir simplemente para el almacenamiento e intercambio de datos, la lengua digital tiene ante todo una función social, cultural e incluso civilizacional, sirviendo a la construcción de una conciencia digital y, por ende, de un nuevo humanismo digital (Milad DoueihiPour un humanisme numérique, Seuil 2011).

Por otra parte, cabe también esperar en este concepto de cibercultura la existencia de una multiculturalidad, ligada a una diversidad de comunidades o tribus virtuales: piratas, ciberpunks, anonymous, geeks, nerds, etc., cada una con sus propios sistemas de signos y de relaciones, con sus propios ritos de interacción, de admisión y de expulsión, así como cabe esperar la posibilidad de relaciones interculturales entre distintas tribus digitales y de estas con otras tribus no digitales, anteriores y contemporáneas.

Y así, en tal estado de cosas, la conciencia digital no parece tener ya nada que ver con un determinado sistema lingüístico ni con una determinada cultura, sino con la totalidad de las enunciaciones posibles en el entorno del ciberespacio. La conciencia digital existe desde que admitimos la existencia de la (inter-)acción digital, y se consolida cada vez que el hablante digital mira retrospectivamente a su producción digital, comprendiendo su participación en una Historia en curso, con un horizonte de actuación.

La conciencia digital se manifiesta, para concluir, también a través del rechazo que las lenguas oficiales de las culturas analógicas expresan implícitamente mediante metáforas y representaciones marinas, acuáticas, líquidas, cuando se trata de describir la lengua digital, demostrando con ellas el miedo a perder su poder simbólico terrestre.: “fuentes”, “flujos”, “canales”, “red”, “mapas”, “brújulas”, “anclajes”, “surfear”, “navegar” …

Dicho lo cual, y retomando la pregunta inicial, si Jesús volviese en estos tiempos actuales como nativo digital (no sabemos dentro de qué tribu), sin duda hablaría digital y no tendría problemas para poner a su servicio a una raza de marineros y pescadores excepcionales, como un día lo fueron Simón, llamado Pedro, y Andrés.

[1] Prensky (2001) distingue los “Digital Natives”, nacidos a partir de los años 90, en la llamada era digital, de los “Digital Immigrants” o personas nacidas antes de ese periodo y que están más o menos familiarizadas con las nuevas tecnologías de la comunicación.

[2] En el presente texto anticipo, de modo resumido, algunos de los contenidos principales de un artículo sobre la lengua digital que se publicará a principios de 2019 en el número 47 de la revista Gragoatá(UFF Río de Janeiro).

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