La ciudad en agosto

ILUSTRACIÓN: MIGUEL PARRA

Una ciudad no es un “conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento”, por mucho que se empeñen en ello los académicos de la RAE, sino una gran forma hecha de personas, plantas, animales y otros materiales. La ciudad es un complejo engranaje en constante movimiento. Es un territorio que sobrepasa los muros que lo delimitan, un mundo siempre inacabado. No se termina cuando cierran los comercios, ni cuando llega agosto, ni cuando cae la noche, ni tampoco cuando el ciudadano ejemplar se muere.

El jerezano sabe que su ciudad no surgió de la nada. No fue engendrada por un hipermercado ni por una universidad. La jerezana sabe que su ciudad tiene una historia anterior y posterior a la suya propia. Al principio de todo, seguramente, su ciudad fue una granja, un huerto cercado para evitar que los animales destruyeran la cosecha; y sobre todo fue un clan, una comunidad, un grupo de personas, sus pertenencias y sus animales, antes que un conjunto de casas.

Los demógrafos han establecido un número mínimo de habitantes para distinguir lo que llamamos pueblo de lo que se considera ciudad, y para catalogar ciudades según tamaño, densidad y productividad. Pero sabemos que una ciudad no es más urbana ni más grande ni más rica por el simple hecho de que tenga mayor cantidad de habitantes.

Entendemos que existen límites administrativos, geográficos, religiosos y militares más o menos precisos para saber dónde empieza y dónde termina una ciudad, pero los jerezanos saben que su ciudad se prolonga más allá de su frontera; saben que es como un libro que llevamos en el bolsillo, como un amuleto colgado al cuello o como una tobillera que suena al andar.

La ciudad se diluye y se concentra en ciertos puntos en determinados momentos. Se extiende y se contrae como una red. La ciudad puede ser una metrópolis y a la vez una pieza en un museo, una pintura, un baile, una canción, un sabor, un selfi junto a un monumento.

Es un espacio urbano en un sitio natural. Los promotores de la sostenibilidad de la ciudad, buscando remedios contra la degradación del medio ambiente, señalan las fracturas sociales y las desigualdades, los abusos políticos y la falta de debate público. Se trata de encontrar soluciones al desajuste entre la ciudad como territorio vivido y como espacio explotado.

La ciudad es un jardín y no un campo de batalla; es un espíritu común, un pensamiento compartido y una decisión.

Una ciudad bien concebida debería tener más encanto si cabe para sus habitantes que para los visitantes.