¿En qué momento la nube pasó de ser un espacio para la imaginación a un medio para monitorizar el planeta al detalle? Antes de la era digital, caminábamos distraídos, concentrados en nuestros sueños o pesadillas, y eso era estar en las nubes.
La capacidad de estar en las nubes era una facultad divina y misteriosa (como diría Baudelaire) exclusiva de ciertas personas naturalmente inclinadas hacia la fantasía. Soñar despiertos era la forma en que hombres y mujeres excepcionales comunicaban con el mundo de lo claroscuro.
El cazador de nubes. Por Miguel Parra.
Ahora esas nubes conforman una sola nube, blanca y brillante, gigantesca y colectiva, a la que entregamos diariamente cada paso, cada pensamiento, cada palabra y cada emoción. Ahora, la nube es un sistema de vigilancia panóptico (Foucault), tan difuso, múltiple y ubicuo como siempre han sido las nubes.
Al contrario que en los viejos sistemas de vigilancia (las escuelas, los cuarteles, las prisiones), en la nube no hay verjas ni muros; no hay reglas ni castigos, ni inspectores, ni maestros ni verdugos. Un solo vigilante basta en este dispositivo basado en las coerciones sutiles que ejercen, sobre cada uno de nosotros, nuestros propios datos.
La información que subimos a la nube, sin querer queriendo, acerca de nuestras costumbres y nuestras acciones cotidianas es, precisamente, lo que nos controla.
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