Rojeando

El gobernante de izquierdas, en caso de existir, percibiría lo que está en su periferia. Miraría antes que nada por el mundo, Europa, el país, la calle donde vive y solo al final se miraría a sí mismo.

El otoño enrojece las hojas.

Con retorno del mes octubre, ya se están coloreando de rojo las hojas de parra virgen en los muros y vallas de los jardines jerezanos. Ya expliqué hace tiempo, en este mismo medio, a qué se debe este fenómeno otoñal, y cómo el rojo implica la ausencia de otro color dominante (el verde, el azul).

Hoy me intereso por el rojo en el juego simbólico de la política nacional, recordando unas palabras que decía Deleuze a finales de los años 80, las cuales no sólo siguen teniendo actualidad, sino que más bien parecen haber funcionado entonces como predicciones del panorama electoral que hoy tenemos.

Deleuze no creía en la posibilidad de existencia de gobiernos de izquierda. Según él, no podemos esperar que sea realizable una política verdaderamente de izquierdas: como mucho, explicaba, podemos esperar un gobierno favorable a ciertas demandas o reivindicaciones de la izquierda. La razón, según este filósofo, es porque la izquierda no es una cuestión de poder, ni tampoco de ideología ni de mitología, sino simplemente una cuestión de perspectiva.

Un jardín, adquiriendo el color rojizo típico del otoño.

Los gobernantes de derecha se perciben a sí mismos antes que al mundo: se preguntan quiénes son (¿qué poseen?) y miran primeramente donde están: miran su casa, su calle, su país, y luego todo lo demás que queda siempre muy lejos. En la medida en que el político de derechas se percibe como un individuo de un grupo privilegiado que vive en un país rico, su objetivo es conseguir que su situación dure.

El gobernante de izquierdas, en caso de existir, mantendría la perspectiva inversa; es decir: primeramente, percibiría lo que está en su periferia. Miraría antes que nada por el mundo, Europa, el país, la calle donde vive y solo al final se miraría a sí mismo. Gobernar desde la izquierda significaría, por ejemplo, que en vez de decir que debemos evitar el calentamiento global porque esa es una manera de mantener nuestros privilegios como europeos, se encontrarían los arreglos globales que se ponga fin a la desigualdad reinante, sabiendo que los problemas de los otros, los del tercer mundo, están más cerca de los de uno mismo de lo que nos pueda parecer.

Una hoja caída.

Por otra parte, añade Deleuze, ser de izquierdas es ser, por naturaleza, minoritarios en el gobierno o, mejor dicho; representantes de un grupo heterogéneo formado por un conjunto de minorías. Deleuze, al distinguir mayorías de minorías, no estaba hablando en términos de cantidad de personas, sino más bien en términos de poder simbólico. Según él, la mayoría asume la imagen seria y pulcra del hombre heterosexual blanco adulto rico y culto, habitante de las grandes ciudades. De ahí que se pueda afirmar que la mayoría prácticamente nunca es nadie, o muy poca gente. Y es así como todo un numeroso y variado grupo de LGTBIQ, mujeres, ancianos, niños, enfermos, campesinos, pobres, analfabetos, inmigrantes, etc., en definitiva, la mayoría de la población, llega a conformar, políticamente hablando, una minoría, en la cual se encuentran naturalmente los rojos.