Sabemos que pudo ser, y no fue, el gran presidente español de nuestra democracia. Sabemos que traicionó a su país firmando con nocturnidad y alevosía firmando la reforma del artículo 135 de la constitución y dejando al país a merced de los hombres de negro.
Sabemos que fue tan valiente en temas sociales como cobarde en términos económicos (dejando al país en manos de el BCE y la Troika) y sabemos que hizo bandera del talante, algo que hoy echa de menos un país que parece atender ensimismado discursos que nacen del odio.
Zapatero pudo, como Felipe González, ex consejero de Gas Natural que percibió 126.500 euros al año, utilizar las puertas giratorias para garantizarse un puesto de privilegio en alguna multinacional de origen español. O pudo, como el ministro de exteriores, Josep Borrell, utilizar información privilegiada con ánimo de enriquecerse. O pudo, como Rajoy, volver a su trabajo en un puesto casi a dedo. O pudo, como Aznar, convertirse en un lobbie de ultraderecha que maneja los hilos de la política en pos de una deriva reaccionaria en el país.
No ha hecho nada de eso. Sus inquietudes no tienen que ver con el poder o el dinero, sino con la política propiamente dicha.
Zapatero ha actuado como mediador internacional nada menos que en Venezuela, cuando nada se le ha perdido al expresidente allí, intentando mediar para darle una salida democrática y dialogada a un país roto. Su gesto le ha costado ser tratado con hostilidad en numerosos foros (nótese, por ejemplo, en esta entrevista en el medio argentino Clarín). Se ha reunido con Otegi, lo que contribuye a la normalización del pos-conflicto vasco, ha animado a Pedro Sánchez a seguir con el diálogo en Cataluña pese al gran rechazo social que esto conlleva y ha aceptado que el líder de su partido sea otra persona diferente a la que prestó su apoyo (Susana Díaz), siendo leal al mismo.
En un momento donde apostar por sentarse en una mesa a hablar es una excentricidad, en un momento donde la discusión política se reduce a un duelo de banderas, en un momento donde la intolerancia parece llegar más que nunca a la opinión pública, que emerja una figura que fuera importante para este país pidiendo diálogo, respeto, hacer política y llegar a acuerdos, es un acto de extrema valentía, quién lo iba a decir.
Puede que Jose Luis Rodríguez Zapatero no fuera un buen presidente del Gobierno, pero puede ser un buen expresidente del Gobierno, que ya es mucho más de lo que pueden decir algunos de sus antecesores.