Hace exactamente once años, se emitía el último capítulo de Lost (Perdidos), una serie que marcó un hito en el panorama televisivo y en la cultura popular internacional, demostrando que se podía contar una historia amplia y compleja y conseguir un éxito masivo con ella en una televisión generalista. Sin embargo, pese a sus audiencias millonarias, sus premios y su innegable impacto, uno tiene la sensación de que no ha quedado en el imaginario colectivo como la gran serie que fue, sino como un proyecto fallido debido a su controvertido final. De hecho, parece que no se puede hablar de la serie sin mencionar la polémica en torno a su final.
¿Tan importante es el final? Está claro que el final es una parte muy relevante de una narración, pero si algo me ha hecho disfrutar durante seis largos años y 121 episodios, un mal final sería una pena, pero, leñe, no invalida todo lo anterior. Y, sin embargo, el caso de Lost no es precisamente raro. Hace dos años y cuatro días, finalizaba Juego de Tronos, y tengo la sensación de que está sucediendo algo similar, por los mismos motivos y con idénticos resultados. Un amigo me contaba hace tiempo que había tenido una relación sentimental de seis años que le había hecho muy feliz, pero que, al romperse, había sido “para nada”. ¿Para nada? Si te había hecho muy feliz, ¿cómo va a ser para nada? ¡La vida va de eso! El caso es que, salvando las distancias, Lost me entretuvo y me hizo feliz a lo largo de muchas horas durante esos seis años, y por ello estaré siempre agradecido a sus creadores.
Otra pregunta que me formulo es por qué la inmensa mayoría de las series con un fandom descomunal, como sucede con Lost pero también con Juego de Tronos, Cómo conocí a vuestra madre, Wandavision y otras muchas, el final suele generar tanta polémica. Creo sinceramente que el problema no es la calidad del final, sino que los fans llevan años esperando un determinado final, guionizándolo mentalmente, formulando teorías, etc. Y, claro, es imposible (y, además, tampoco deseable) que estas series casen con las expectativas de los fans, que además son extremadamente diversas. Pienso, por ejemplo, en el final que parecía ansiar la mayoría de los fans para Cómo conocí a vuestra madre, y me gusta mucho menos que el auténtico, mucho más interesante y complejo que un simple happy ending.
Como empezarán a adivinar, aunque comparto que Lost empeoró en sus últimas temporadas y efectivamente cambiaría cosas en los finales de todas las series mencionadas, defiendo muchos de ellos a capa y espada. Y creo que en este siglo XXI de las redes sociales y los usuarios participativos, muchos querrían que los fans llevaran las riendas y no los creadores audiovisuales, pero afortunadamente aún queda cierto espacio de autonomía fuera de lo que señalen los estudios de mercado.
Pero no solo defiendo el final de Lost (que tuvo el problema añadido de no ser entendido por buena parte del público), sino que creo que lo peor que tuvo la serie en sus dos últimas temporadas fue paradójica e involuntariamente provocado por los fans. “¡Queremos respuestas!”, clamaban los fans. Durante la serie, Damon Lindelof, uno de los creadores de Lost, dijo inocentemente que no pretendía responder a todas las preguntas, que había cosas que era mejor no responder. Imagínense: por poco no se lo comen. Lindelof puso el ejemplo de Star Wars. Los fans se pasaron décadas formulando preguntas a George Lucas sobre la fuerza, esa especie de magia jedi. Y, cuando en la segunda trilogía, Lucas decide aportar una explicación a la fuerza, los fans se quejan amargamente porque los midiclorianos le han quitado el encanto a su saga. Algo parecido sucedió con Lost. La serie empezó a descarrillar cuando perdió el foco y pareció esmerarse en atar todos los cabos habidos y por haber, algo que sus creadores no deseaban hacer, pero a lo que se vieron obligados por la presión de los fans. Damon Lindelof se desquitó con la excelente The Leftovers, donde dejó sin respuesta todas las preguntas posibles, y consiguió un final excelente, poético y que no abandonaba la esencia de lo que la serie era y quería ser.
Porque Lost nunca fue una serie sobre misterio y fenómenos sobrenaturales. Los osos polares, los búnkeres, el humo negro, los números y hasta la propia isla eran solo MacGuffins, utilizando la expresión acuñada por Alfred Hitchcock para designar elementos de suspense que permiten la evolución narrativa de los personajes, pero que no tienen mayor relevancia por sí mismos. Son, en definitiva, excusas argumentales. Porque lo importante de Lost siempre fueron sus personajes. Esa fue la vocación desde el comienzo, con sus flashbacks que nos permitían comprender (y, de algún modo, amar) a cada uno de ellos. Y solo abandonaron ese principio en demasiados momentos de las dos últimas temporadas, haciendo que una trama absurda entre el cine de aventuras y la ciencia ficción opacara en demasiados momentos a unos personajes que debieron haber sido protagonistas hasta el final.
Adoro Lost. La sigo adorando. Creo que la construcción de personajes que lleva a cabo tiene un mérito al alcance de muy pocos creadores narrativos. Hablamos de literalmente decenas de personajes coprotagonistas a lo largo de los años, y todos con un desarrollo narrativo amplio y complejo. La capacidad de los creadores para que sintiéramos conexión y empatía con todos ellos es realmente admirable. Podíamos odiar a algunos personajes, pero los entendíamos. Personajes totalmente secundarios como Rose y Bernard conseguían ganarse el corazón del público. Capítulos brillantes, como el muy popular “La constante”, seguirían hoy sacando las lágrimas del más pintado. La banda sonora orquestal de ese talento andante llamado Michael Giacchino sigue siendo un ejemplo evidente de la ambición de sus creadores. Y, en fin, pese a que algunos efectos visuales han quedado un poco desfasados, la producción de la serie sigue siendo apabullante.
Por eso, animo a todo el mundo a verla y, sobre todo, a volver a verla si ya la vieron en su momento. De entrada, uno se percata de que había más ideas pensadas desde el comienzo que lo que muchos creyeron al acabar la serie. Pero, sobre todo, ya sin el estrés de esperar respuestas a cada interrogante, uno puede volver a vibrar con las historias de estos personajes complejos y en constante evolución. We have to go back!