En las afueras de la belleza normativa

Duele pensar que una niña se sienta despreciable desde que asiste al colegio, que una mujer joven sienta que debe eliminar, alterar o rehacer parte de su fisonomía, de todo aquello que la hace única, persiguiendo una imagen virtual

Soy maestra jubilada, es decir maestra.

Un grupo de niñas se refresca en una dura jornada de calor en las escuelas este miércoles de junio

Quienes, por la razón que sea, vivimos en las afueras de la belleza normativa nos encontramos con frecuencia en situaciones que nos hacen pensar que nuestro cuerpo no es de este mundo.

En lo doméstico suele ocurrir cuando buscamos prendas que se adapten a nuestra fisonomía y no las encontramos, porque resulta que somos más redondas, más poliédricas o por cualquier otra circunstancia de nuestros cuerpos laicos que no se atienen a las normas divinas.

Pero en lo público la cosa ya adquiere otra dimensión porque ocurre que la atención que se presta a nuestras opiniones, a nuestro trabajo o incluso a nuestra propia existencia depende en gran medida de nuestro aspecto externo.

Hay toda una construcción social en torno a lo que es aceptable o repudiable en el aspecto de las mujeres y una no menor construcción mercantil para enredarnos en el consumo de productos que hipotéticamente nos proporcionarán un aspecto más satisfactorio respecto al canon hegemónico.

Encendemos el televisor y nos asaltan los anuncios cada vez más frecuentes de clínicas que nos ofrecen la imagen de una belleza imposible, tan imposible que no ha sido creada por la biología sino por fabricada con herramientas tecnológicas que nada tienen que ver con la naturaleza.

En el fondo sabemos que es una imagen falsa, pero de alguna manera consiguen generarnos un punto de insatisfacción y hacen que, paulatinamente, interioricemos nuestra propia apariencia como algo defectuoso y frustrante.

Se trata de un mensaje malicioso especialmente dirigido a las mujeres, pero demoledor para las niñas y las jóvenes que tratan de abrirse paso en la vida partiendo de situaciones de fragilidad.

Son las estrategias empresariales de siempre, esas que con una mano nos crean disgusto con nuestra propia imagen mientras con la otra se presentan como portadoras de una aparente solución que resulta tan falsa y efímera como la imagen publicitaria que nos mostraron. Se trata de franquicias que han surgido como setas en los medios de comunicación y que prometen acercarnos a ese canon de belleza mediante pago en efectivo y al coste vital del bisturí.  Solo que no se trata de vender un simple producto, es ideología.

Ignoro si en esas clínicas se informa debidamente sobre la memoria del cuerpo -los efectos del paso del tiempo sobre las cicatrices -que en un primer momento no se perciben-, sobre las diversas intervenciones de mantenimiento o sobre los resultados deformantes no deseados.

Recuérdense las imágenes de Donatella Versace o de la Duquesa de Alba sin ir más lejos que, aun teniendo en cuenta que disponían acceso clínicas altamente especializadas, se convirtieron en la caricatura de la imagen deseada.   Siendo así, qué se puede esperar de las ofertas de esas franquicias de baratillo que desaparecen al primer conflicto.  Pero probablemente cuando una mujer entra en ese tipo de quirófano es que ya se le ha insertado previamente una cicatriz en la autoestima.

Soy consciente de que al hablar de belleza normativa yo misma soy rehén del canon hegemónico y si ahora lo puedo mirar con cierta distancia es porque la edad ya me ha librado de determinadas exigencias estéticas.

Comprendo que es difícil sustraerse al canon de la belleza porque aquello de que lo importante son los valores interiores, el mérito del esfuerzo y la actitud, resulta difícil de demostrar si nadie quiere mirar más allá de la epidermis.

Sé que es una cuestión de autoestima sentirse bien con una misma también en el aspecto externo y que incluso tiene algo de cortesía hacia los demás ofrecer un aspecto cuidado y agradable.

Sentimos la necesidad de integrarnos. Cuanto más jóvenes mayor es la necesidad de ser aceptadas, de agradar o incluso destacar en nuestro entorno, pero me parece enfermizo, decadente y cruel que a las mujeres se nos exija esa forma de servidumbre que nos hace despreciar nuestro aspecto hasta despojarnos de nuestra identidad para ser admitidas.

Duele pensar que una niña se sienta despreciable desde que asiste al colegio, que una mujer joven sienta que debe eliminar, alterar o rehacer parte de su fisonomía, de todo aquello que la hace única, persiguiendo una imagen virtual y que espera con ansiedad su primer sueldo para invertirlo en una cirugía. ¿Qué cicatrices profundas ha creado en la autoestima el patrón de belleza homologado para que acabemos rechazando nuestro propio cuerpo? 

¿Este aspirar a otro cuerpo imaginario y ajeno, es por nosotras mismas? ¿Quién legisla la norma que hace que queramos despojarnos de nuestro propio cuerpo? ¿Hasta qué punto estamos decidiendo?

Cada cual en el uso de su libertad que decida su respuesta, pero a mí la música me suena a una franquicia actualizada para consumir y consumirnos en las normas del patriarcado.

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