La Consejería de Educación, o como se llame ahora, va y saca una circular -11 de marzo- para promocionar la música de Semana Santa en los colegios de Andalucía. Así, a la chita callando, suavecito, van metiendo la religión en las aulas. Como quien no quiere la cosa.
Esta es una nueva vía de penetración del confesionalismo, otra intromisión de las creencias religiosas en el ámbito de lo civil, en un país que se dice aconfesional.
La Circular se adorna de bellos floripondios, que si referentes creativos, que si elemento singular, que si patrimonio cultural, que si esto, que si lo otro. Total, la música atronadora, que acompaña la estampida de vírgenes llorosas y cristos sanguinolentos por nuestras calles y plazas, hace su parada estacional en los colegios. Por si los niños y niñas todavía no se habían dado cuenta de nada.
Es el neocapillismo como instrumento de demolición de cualquier asomo de laicismo. Ah, pero quien adoctrina es la enseñanza pública.
No pasa nada, qué más da, eso no hace daño… dicen padres y madres. Están también los que justifican el desmadre capillí como una forma de divulgar el patrimonio: que si el barroco o que si la imaginería. En realidad son tíos como trinquetes hablando de bordados y de la posturita de las manos de la imagen. El barroco y el estilo remordimiento español les importa un pito, solo sirven para camuflar una devoción muy cercana al fetichismo; ellos vestidos como en el Cortefiel de Chechenia y ellas de Damas Pintorescas de la Contrarreforma. El resto, esteticismo vacuo y efusiones líricas patrocinadas por Carcomín.
Es lo que entrará en la escuela. Por detrás empujan los coleccionistas de placas, los pronunciadores de archipregones, los expertos en Trivialidades Comparadas, poetas cofrades, cofrades poetas y catedráticos meapilas expertos en coplas y folklorillos varios.
En la citada Circular también se justifica la medida apelando a la tradición. Oh, la tradición. La tradición como rechazo del progreso para quedarnos como estamos. Justo la sociedad que persiguen los perpetradores de la Circular: un pueblo mansurrón y lanar dentro del redil de la sordidez pequeño-burguesa, donde la aspiración de un chaval es ir detrás de un paso aporreando un tambor y vestido de suboficial austrohúngaro de media gala.
Todo ello a mayor gloria de dios.
Lo cierto es que yo estoy hablando de laicismo, de libertad de pensamiento, de la utopía liberadora de las instituciones públicas. Tal vez los autores -y los cómplices- de la Circular hablen de negocios.