La capacidad de la derecha para apropiarse, desvirtuar y corromper palabras hermosas es inconmensurable. Con la virtud además de colocarnos indefectiblemente al resto en el debate desde su escenario y coordenadas.
Ocurrió con la palabra y el concepto de libertad, reconvertida en la posibilidad ilimitada de tomar cañas de cerveza y que cada individuo pueda hacer lo que le dé la real (nunca mejor empleada) gana.
Acaba de ocurrir con el concepto y la palabra “derecho” reconvertida en el privilegio de unos cuantos al uso y el abuso. Ellos tienen derecho a que los demás les paguemos su sanidad o su escuela privadas. Ahora ellos tienen derecho al despilfarro de agua, luz o gas. Ellos, la gente bien de este país, la que vive en los barrios de gente rica, los que tienen acceso a todo y nada les falta, la que puede pagarse los excesos, ellos tienen derecho a la energía sin límites. Lo que les resulta perfectamente compatible y no les crea pudor con que en los barrios de gente trabajadora se corte la luz una y otra vez y quien no pueda pagarla se quede sin derecho a calentarse en invierno o simplemente poder enchufar una nevera en verano. Menos aún le altera la emergencia climática cada vez más grave que padece el planeta, que padecemos todos y todas de forma cada vez más visible. Son los primeros negacionistas porque no aceptan que nada pueda afectar a sus privilegios ahora reconvertidos, por obra y gracia del trilerismo, en derechos inalienables.
La palabra derecho tiene para esta derecha carpetovetónica que sufrimos un significado claro: es el derecho sin límites de clase, de su clase, de la gente rica.
Y fíjense, que considero que el derecho a la energía debería ser considerado un derecho humano. Los posibles fundamentos jurídicos los explica estupendamente Cecilia Sánchez, de Ecologistas en Acción en este artículo y en este otro.
El derecho a la energía, como se plantea en esos artículos, está relacionado con el derecho a la vida que comprende no sólo el derecho de todo ser humano de no ser privado de su propia vida, sino también el derecho a poder acceder a las condiciones que le garanticen que esa vida sea una vida digna.
Y, claro, también está relacionado con el derecho a la vivienda, pues no es concebible que se pueda desarrollar una existencia digna en una “vivienda” que no disponga de unos mínimos estándares energéticos de luz y agua.
Convertida la energía en un inmenso negocio en manos de tramas cuasi mafiosas y especuladoras, empresas capaces de condicionar las políticas de lo gobiernos y de imponer sus condiciones en el mercado energético, miles de personas se ven condenadas a sufrir situaciones de pobreza energética, como hemos explicado en este artículo.
Pero, además, vivimos ya en una crisis planetaria. Estamos sufriendo una emergencia climática que tiene repercusiones desiguales. En esta ola de calor, por ejemplo, quienes peor lo están pasando, son quienes no pueden costearse el aire acondicionado o incluso tienen la luz cortada. No digamos tener una piscina. O quien tiene que trabajar sí o sí, bajo un sol abrasador.
Parece evidente que la emergencia climática tiene que obligarnos a replantearnos a fondo el modelo energético basado en la quema de combustibles fósiles, finitos y causantes entre otros del efecto invernadero. O basados en la peligrosa energía nuclear.
También estamos obligados a tomar medidas de recorte del gasto energético. Es vital. Y no se puede aducir aquí el derecho a la energía porque no es eso. Primero porque no hay ningún derecho ilimitado, no hay ningún derecho absoluto. Porque el titular de cualquier derecho no es un individuo aislado que podría en puridad ser portador de derechos absolutos. Por el contrario, aunque los derechos son individuales están tamizados porque los individuos necesariamente tenemos que vivir, convivir y relacionarnos en sociedad, debiendo por consiguiente ejercer esos derechos en relación con los de los demás. Como se suele decir, los derechos de cada cual terminan donde comienzan los derechos ajenos.
Por eso lo urgente es asegurar que toda la gente, especialmente la más vulnerables, tenga sus necesidades básicas energéticas cubiertas. En eso consiste el derecho a la energía.
Pero, necesidades básicas no son iluminaciones navideñas megalómanas como acostumbran a hacer en Vigo. Necesidades básicas no son tener los escaparates encendidos gastando una energía cada vez mas cara y escasa. Necesidades básicas no son mantener regados y en perfecto estado los campos de golf. Necesidades básicas no son que una persona rica pueda gastar toda el agua que quiera en una piscina o toda la luz que pueda pagarse sin ningún límite.
Así que, en efecto, consideremos el derecho a la energía como un derecho humano fundamental, en tanto que derecho a que los seres humanos tengamos nuestras necesidades básicas garantizadas. En el resto tendremos que ir pensando en recortar y reducir rápida y drásticamente. Y no sólo por Ucrania.