El Centro de Interpretación hace esquina en una rotonda arterial de Algeciras. A su trasera queda el viejo barrio de San Isidro, con sus cuestas y parterritos; a un lado la Plaza Andalucía y su metálica aridez; y por toda la fachada, cruza la antigua N-340 que baja al Teatro Florida y a la estación de autobuses. Pero el museo tiene además una orientación muy acertada, pues mira a Poniente, es decir, a La Fuente Nueva y a La Bajadilla, en cuyas calles se forjó el guitarrista.
Del edificio se pueden decir varias cosas. Que es de un estilo ecléctico fechado en 1932, que se destinó en un principio a instituto higiénico y luego a sede de la Policía Local y, ah, que en su subsuelo reposan restos arqueológicos de época emiral. Pero estas cosas no interesan a nadie y en el presente, vivo y apremiante, atrae la atención más que nada ese fantástico ficus benjamín que abraza al edificio y que parece que se lo va a acabar tragando.
El Centro de Interpretación es otra constatación del mito, es la institucionalidad biográfica del genio pero, también, ofrece una oportunidad para confrontar con nuestro tiempo.
Cuando Francisco era un chiquillo y le dejaban salir a la calle, podía subir por la Fuente Nueva, y pasaba, sí o sí, por delante de este edificio que hoy es su Centro de Interpretación. Al otro lado, no estaba la Plaza Andalucía, sino la plaza de toros de la Perseverancia. Algunas mañanas, continuaría con su padre, paseo del Calvario abajo, para adentrarse en la calle Munición, donde estaban las tabernas flamencas. Hoy sólo hay un negocio de tatuajes y cuatro solares abandonados.
Y en otras ocasiones, saldría hacia el sur por la N-340 y bajando hasta La Caridad, junto al Mercado de Abastos, pregonaría con su padre calcetines, tejidos o quincalla. También esta construcción data de los años republicanos, fruto del racionalismo y del hormigón que suspendían la, entonces, cúpula más grande del mundo.
En definitiva, Francisco se hizo hombre en una época pujante y estricta y en una pequeña ciudad portuaria tradicional con aires vanguardista. La futura clase media (la democracia) empezaba a barruntar el ahorro y la adquisición de inmuebles en propiedad. Si uno era aplicado, como fueron nuestros padres y los de Paco, uno podía labrarse un mañana (un hoy) más o menos cómodo. Así, Paco no dejó de reconocer de su padre el acierto de la instrucción flamenca recibida. Bien es verdad que no todos sus hijos salieron genios, pero sí pudieron vivir mejor de lo que vivió él. Dicho con una pregunta retórica: qué dirán ahora todos aquellos que en su día criticaron al padre porque no dejaba al chiquillo estar más tiempo en la calle y disfrutar de una infancia libre, dispersa y holgazana.