Hace justamente cinco años, el 8M de 2018, se produjo en este país una de esas movilizaciones con desplazamiento telúrico que lo cambia todo para nunca más regresar al mundo de antes. En 2018, el feminismo se independizó de los partidos políticos, de los sindicatos y de las cátedras universitarias desde donde había estado dirigido hasta entonces con mano de hierro, en un lenguaje no apto para las mujeres que no leen revistas universitarias o jamás son invitadas a congresos filosóficos a cargo de los fondos del partido, del sindicato o de la fundación creada por el partido.
En junio de 2019, justo al año siguiente, se reunió en Gijón la Escuela Feminista Rosario Acuña, el espacio de pensamiento político feminista más importante de España y donde se diseñaba la agenda gubernamental, comandado por la filósofa socialista Amelia Valcárcel y pagado con dinero público del Gobierno asturiano o del Ayuntamiento de Gijón. Por primera vez, después de más de veinte ediciones, este espacio no se dedicó a proponer medidas a favor de las mujeres, sino que centró sus tres días de conferencias a oponerse al feminismo popular que había inundado las calles de mujeres jóvenes sólo un año antes. “Son tíos porque son tíos”, dijo en aquella escuela la filósofa socialista Alicia Miyares, en referencia a las mujeres trans.
Sin ni siquiera estar aún Podemos en el Ministerio de Igualdad porque el Gobierno de coalición no llegó hasta enero de 2020, las grandes ideólogas del feminismo institucional ligado al PSOE, quienes habían dirigido los organismos de Igualdad y habían elaborado las leyes feministas de los últimos 40 años, encontraron en la demanda de los colectivos de personas trans un campo minado para rivalizar con esas ‘niñatas’ que un año antes las habían desplazado en las multitudinarias manifestaciones feministas que dieron la vuelta al mundo.
Mientras el feminismo de Carmen Calvo y sus afines se ha centrado en la representación, la visibilidad y la defensa de la paridad en los partidos políticos, en los sindicatos o en las cúpulas del sector público y del Íbex-35, millones de jóvenes salieron a la calle a decir que el problema no eran los techos de cristal, sino los suelos de barro donde se desliza la vida del común de las mujeres; que el problema no es lo que cobra Ana Patricia Botín, sino lo que (no) cobra la señora que limpia los sillones de los consejos de administración.
Mientras que para poder formar parte del viejo feminista tenías que haber leído un libro de 700 páginas, como El segundo sexo de Simone de Beauvoir, o las 640 páginas de Política Sexual, de Kite Millet, las nuevas generaciones de mujeres se habían politizado en el feminismo a través de vídeos de YouTube, artículos de prensa, Operación Triunfo y con su propia experiencia personal y la de sus amigas, lo que posibilitó que la fuerza feminista desbordara todas las previsiones.
Mientras el viejo feminismo procedía de las élites del franquismo que pudieron mandar a sus hijas a la universidad, el feminismo popular que triunfó en las calles el 8M estaba compuesto de jornaleras, cajeras de supermercado, peluqueras, empleadas de hogar, peluqueras, trabajadoras sociales, auxiliares de ayuda a domicilio, enfermeras o desempleadas. Mientras el viejo feminismo convocaba a un máximo de 200 personas el 8M de los años anteriores, el feminismo popular de 2018 convocó a millones hablando el idioma de la vida real y organizándose en comisiones no dirigidas por la burocracia de los viejos partidos o sindicatos.
El 8M de 2018 fue el 15M del feminismo. Las jóvenes no querían compartir con los hombres la mitad del mundo, sino construir un mundo nuevo donde no quepa ningún tipo de injusticia o desigualdad. El 8M de 2018 jubiló al viejo feminismo como el 15M lo hizo con una vieja izquierda que se sentía muy cómoda con el folclore ideológico del siglo XX pero que era insignificante en términos electorales e inservible para conformar mayorías.
El feminismo popular ganó el 8M de 2018 del mismo modo que el progresismo en España ya no volverá a ser igual después del 15M de 2011
El 8M de 2018 llenó las calles no para pedir permiso ni una subvención con la que organizar un congreso de filosofía feminista que sólo les cambiaba la vida a las ponentes, sino para decir aquí estamos y queremos cambiarlo todo. No es casual que la reacción del viejo feminismo haya sido en clave de repliegue identitario, de situar la genitalidad como muro de separación de quién puede o no participar en el movimiento feminista y de hablar más del sujeto del movimiento que del predicado.
Las reacciones airadas de estos días de Margarita Robles, Carmen Calvo, Amelia Valcárcel y otras ilustres del viejo feminismo con carné socialista no es más que el privilegio dando patadas al sentirse acorralado por un nuevo feminismo popular que habla el lenguaje de la vida real, que se ha hecho hegemónico y no necesita haber leído a Simone de Beauvoir ni a Kate Millet para aspirar a un mundo que no admita ningún tipo de desigualdad.
El feminismo popular ganó el 8M de 2018 del mismo modo que el progresismo en España ya no volverá a ser igual después del 15M de 2011. La aristocracia del viejo feminismo sigue sin digerir que el 8M de 2018 se movió el mundo bajo sus pies, al igual que el PSOE sigue sin digerir que ya nunca más podrá obviar que existe un espacio político con millones de votantes porque en España existe un lenguaje nuevo desde el 15M.
En el fondo, la retórica petulante de las señoras bien del viejo feminismo contra Podemos y el feminismo popular no es más que la expresión de lo que se comenta en privado en las sedes del PSOE: “¿Adónde van estas niñatas a decirnos a nosotras lo que es el feminismo?”. No es ni más ni menos que la misma reacción que tuvo la vieja izquierda cuando un grupo de jóvenes decidió fundar un partido político para darle forma institucional al malestar generado por la crisis económica de 2008.
Recomendable es analizar la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas desde que pregunta por “qué partido defiende mejor a las mujeres”. En la encuesta del CIS de febrero de 2019, el 19% de la población decía que Podemos era el partido que mejor representaba el feminismo, ligeramente por encima del PSOE. En febrero de 2023, es el 32% de los españoles, 12 puntos por encima de quienes piensan que el PSOE. Es aquí donde buscar los porqués a la guerra del PSOE contra Podemos. No son las mujeres, son los votos.