El contraste entre los bombardeos de la guerra y el silencio de Occidente es espeluznante.
Occidente guarda silencio. Es silencio porque las palabras no van acompañadas de acciones coherentes, porque solo se hacen declaraciones de espanto, de buena voluntad, demandas humanitarias. Occidente habla, habla y no actúa: eso es silencio. ¿Quién calla –y no actúa– consiente? ¿Quién calla protege intereses económicos, geoestratégicos, políticos? ¿Quién calla mantiene acuerdos ocultos?
Occidente calla cuando se pierde en digresiones sobre si pedir un alto el fuego o una pausa humanitaria. Calla Alemania cuando antepone sus negocios armamentísticos con Israel a alzar la voz para contribuir, de hecho, a hacer entrar en razón a su socio israelí. Callan la UE y EEUU cuando no lazan voces rotundas –acompañadas de hechos – que pidan sanciones económicas contra Israel, que acusen de crímenes de guerra a Netanyahu –no son suficientes en Oriente Próximo los bombardeos de hospitales y campos de refugiados o la muerte de miles de niños, sí lo es en un país europeo– .
Se guarda silencio cuando no hay acciones efectivas por parte de los países occidentales para tomar medidas diplomáticas contundentes –sin embargo, lo ha comenzado a hacer Latinoamérica–; cuando la UE plantea una conferencia de paz en seis meses –a decenas o cientos de muertos gazatíes por día, ¿quedará alguien en el territorio para entonces?–.
A la par, EEUU, el único país probablemente junto con Alemania que podría contribuir a cambiar la dirección de los acontecimientos, se limita a hacer tiempo mientras refuerza sus tropas en Oriente Próximo, sitúa estratégicamente portaaviones en el Mediterráneo y envía al general del Cuerpo de Marines y a otros oficiales de su Ejército para asesorar al Ejército de Israel, así como colabora desde un principio desplegando drones sobre la Franja de Gaza.
De fondo, sonidos inquietantes comienzan a surgir. Se confunden los gobernantes con las personas y los pueblos, y se desatan –o incitan– los odios hacia judíos, palestinos, musulmanes en general, etc., como si esas personas y esos pueblos fueran los responsables directos de las actuaciones de sus gobiernos o líderes. Y se mira con recelo, se habla mal, se insulta, incluso se agrede a unos y otros en nombre de no se sabe qué más allá de la reacción visceral, provocada de forma interesada en ocasiones.
Por otra parte, en diversos países occidentales democráticos –Francia, Reino Unido,
Alemania o EEUU lo son, ¿no?– se reprimen o se prohíben manifestaciones en apoyo al pueblo palestino –que no a la organización Hamás–, en contraposición al beneplácito gubernamental recibido por las manifestaciones pro Israel. El sonido de la democracia resquebrajándose un poco más.
Y mientras transcurren declaraciones, manifestaciones y xenofobias, a miles de kilómetros siguen muriendo día a día, porque actuar –en este caso, no así en otro más cercano– no parece ser lo propio de los países acomodados con demasiados lazos económicos y débitos con Israel y EEUU. También, tristemente, asistimos a la inutilidad fáctica de la ONU, que se creó para mantener la paz y seguridad internacionales y, en concreto, del papel que corresponde al Consejo de Seguridad, donde varios países tienen derecho a veto y nada que no sea a gusto de ellos puede salir adelante –léase las propuestas vetadas de Rusia y EEUU–.
Quienes no callan son los periodistas que nos cuentan con su arriesgada presencia allí. Quienes no callan porque dicen y actúan son las diversas ONG que trabajan en la Franja de Gaza. También entre todos ellos hay decenas de muertos.
Mientras Occidente vela silencioso o en murmullos por sus intereses económicos, políticos, geoestratégicos, podremos seguir viendo y escuchando en redes o televisión los bombardeos y sus devastadores resultados. La escasez brutal de agua y alimentos, de combustible, material sanitario y de todo tipo de bienes y servicios básicos a la vida no hace ruido, tampoco lo hacen las pésimas condiciones higiénicas y las enfermedades infecciosas que están derivando de toda esta situación vital. A miles de kilómetros, Occidente no parece escuchar.