Escribí algo sobre Juan Carlos Aragón el pasado mes de febrero, justo el día en que iba a estrenarse su chirigota Er Chele Vara en el Gran Teatro Falla. No sabía nada de su enfermedad. No sabía que, en cierto modo, estaba escribiendo una elegía.
Escribí algo para celebrar su vuelta a la chirigota. Para alguien que como yo no termina de empatizar del todo con la comparsa (lo siento, mira que lo intento), esto era una noticia maravillosa. El chirigotero más innovador de las dos últimas décadas volvía a la modalidad con la que cosechó sus primeros éxitos. El niñato faltón que sedujo a toda una generación con su pocavergüenza de altos vuelos, el universitario que rimó “cautela” con “barra de mortadela”, el autor que nos demostró a muchos que era posible introducir en el a veces rancio mundo del carnaval nuestro lenguaje veinteañero, nuestros porros de la plaza Mina, nuestros Christians, nuestros Cabesa, ¿qué?, nuestros “Illo, ay, ole, pon, aro”, nuestro mundo cotidiano en suma… Ese hombre, ese hombre sacaba de nuevo una chirigota.
Escribí algo sobre Juan Carlos Aragón sin tener ni idea de que solo tres meses más tarde escribiría sobre su muerte. Qué extraño es morirse, en general, pero cuánto más extraño es si se trata de alguien cuyo talento nos ha hecho creer que era eterno.
No sé decir mucho más. Estoy en shock, a pesar de haber sido una muerte más o menos anunciada. Es demasiado triste, demasiado incomprensible. Inasumible, leía hace un rato en Facebook.
Aún así, en medio de la tristeza, me conmueve la reacción de toda una ciudad y de sus instituciones. Me conmueve el día de luto oficial, y también la capilla ardiente en el Gran Teatro Falla. Me emociona ver a tanta gente rindiendo tributo a un poeta que escribía para la fiesta del pueblo, a un músico que componía inspirado en la tradición de su tierra. Siento un orgullo inmenso de ser de esta ciudad, que no tiene complejos para exhibir su devoción y su respeto por la cultura popular, y que no se sonroja por elevar a un autor de carnaval al olimpo de los elegidos. Por eso, entre otras cosas, la amo, a esta ciudad. Porque hoy despedirá como se merece a Juan Carlos Aragón, poeta y artista de Cádiz.